Publicado en Prodavinci
Cuando todavía no existían medidores electroquímicos de la composición atmosférica, los mineros usaban canarios para saber si el aire de las minas era respirable. Si el canario estaba bien, el aire estaba bien. De lo contrario, era mejor sacar a los trabajadores de la mina hasta arreglar el problema.
El nuevo gobierno militar de Venezuela ha encontrado una estrategia para arreglar el turbio aire que se vive en el país: matar a los canarios. Es la vieja estrategia de creer que romper el termómetro acaba con la fiebre.
Un ejemplo de esto es la puesta en marcha de la Gran Misión Abastecimiento Soberano (GMAS) el pasado jueves 14 de julio, a cargo del Mayor General del Ejército al mando de la Zona Operacional de Defensa Integral de Caracas (ZODI), recogida oficiosamente por Venezolana de Televisión:
https://www.youtube.com/watch?time_continue=2&v=M1WBiRIHLAs
Siguiendo órdenes de ministros —que también son generales, por lo que debe referirse a ellos como “mi general”— el plan es arremeter contra “los pitufos”. Es decir, aquellos bachaqueros que venden en pequeñas cantidades en la Redoma de Petare. Según informan, esta Gran Misión movilizó 553 efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la Policía Nacional Bolivariana (PNB), el Ministerio de Interior y Justicia, el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería (SAIME), la Superintendencia Nacional de Gestión Agroalimentaria (SUNAGRO) y de la Superintendencia de Precios Justos (SUNDEP). También se utilizó la “inteligencia social” provista por los “patriotas cooperantes”, quienes informaron que “en la Redoma de Petare hay todos los productos”, pero no a los precios fijados por el gobierno. Y este impresionante operativo logró capturar a 29 “pitufos”, quienes poseían casi una tonelada de alimentos. Además, se obtuvo información de la lista de precios que cobran estos bachaqueros.
Ahora bien, es menester tener un férreo adoctrinamiento revolucionario y un apego profundo al principio militar de la subordinación para perder, de tal forma, el sentido del ridículo. Veamos.
En primer lugar, es interesante ver la magnitud del despliegue: hablamos de 553 funcionarios bien apertrechados frente a 29 personas revendedores de azúcar, arroz y aceite con menos de mil kilos de comida. Es decir: menos de 35 kilos por cada pitufo. Si esta mercancía se hubiese vendido en uno de los Abastos Bicentenario, la cola sería un nanosegundo más corta. Si se lo fuesen a repartir a todos los funcionarios involucrados en el operativo, le tocaría menos de dos kilogramos de comida a cada uno.
Este operativo lo que representa en sí mismo es un gigantesco desplifarro de recursos del Estado.
Mientras eso pasa, a “mi general” le impacta que los precios bachaqueados lleguen a estar hasta 60 veces por encima de lo que indica la Gaceta Oficial. ¡Horror! ¿Pero por qué hay venezolanos dispuestos a pagar esos precios? Una cosa es querer cobrar caro y otra muy distinta es poder hacerlo. ¿Qué hace que los precios sean esos y no otros? ¿Por qué sesenta veces y no seis ni seiscientas veces? ¿Cómo es que hay en el país más cien mil venezolanos dispuestos a cruzar la frontera para hacer mercado en moneda y precios internacionales, muy por encima de los precios regulados?
Aproveché la lista de precios de productos bachaqueados ofrecida por “mi general” para hacer un pequeño análisis. Busqué en la página de Walmart, en Estados Unidos, los precios más bajos de los productos equivalentes y los convertí a precios por kilo, litro o cartón, según fuera el caso. Dividí el precio fijado en bolívares por los bachaqueros entre los precios en dólares para obtener un tipo de cambio implícito de paridad que iguale ambos precios. Los resultados son tristes pero interesantes y los pueden ver en este cuadro:
Este cálculo indica que (promediando y olvidando las diferencias de calidad o comodidad) comprarle a los bachaqueros sería equivalente a comprar en Walmart a un tipo de cambio de 1.821 bolívares por dólar, una cifra muy superior al dólar de Cúcuta que durante estos días está ligeramente por encima de 1.000 bolívares. Y lo más caro parece ser el azúcar (3.053 Bs/US$) y el arroz (3.051 Bs/US$) y lo más barato el café (893 Bs/US$).
Estos números sorprenden porque, al menos hasta la llegada del chavismo al poder, Venezuela exportaba tanto café como arroz, de modo que se esperaría que el precio interno fuese inferior al internacional, razón por la cual era negocio exportar. Nada que ver con la actual realidad.
Estos números también reflejan la escasez relativa de los productos en el mercado oficial y el grado de desesperación que eso genera. Si los venezolanos están dispuestos a pagar el equivalente a 3.000 bolívares por dólar para comprar azúcar y arroz es porque hay hambre. Es preocupante que la gente esté dispuesta a pagar casi 2.000 Bs/US$ para adquirir leche para bebés. ¡Así será de serio el problema nutricional de nuestros bebés!
Otra forma de interpretar estos precios es preguntarse cuánto están dispuestos a pagar los venezolanos para comprar sin cola y sin restricciones. El hecho de que esa cifra sea tan alta dice mucho de lo desastroso de los mecanismos “socialistas” de distribución. Y esto también refleja lo contraproducente que ha sido el cierre de la frontera con Colombia. Para empezar, la masiva afluencia de venezolanos a Cúcuta a comprar demuestra el hecho de que a dólar libre las cosas son más baratas en Colombia que en el bachaqueo, tal como lo reflejan estos números. Así que si la frontera estuviese abierta y funcionando normalmente, los bachaqueros se suplirían en Colombia para vender en Venezuela, después de clavarle un margen que cubra su esfuerzo. Pero, obviamente, la criminalización de quienes revenden lo que la gente necesita comprar porque no está en los anaqueles ha hecho las cosas todavía más caras para la gente en Petare.
Lo que pretende la Gran Misión Abastecimiento Soberano es evitar que los precios se igualen en varios sitios de Venezuela y entre Venezuela y el mundo, así que quiere criminalizar el arbitraje, algo equivalente a ilegalizar la fuerza de gravedad.
Las operaciones de arbitraje (comprar donde está barato y vender donde está caro) hace que los precios en el mundo no sean idénticos, pero se parezcan. Y siempre se parecen más mientras más fácil sea comerciar. Por eso la diferencia entre el tipo de cambio implícito de los precios del bachaqueo no es un factor de 60 como “mi general” nos indica (que es la diferencia entre esos precios y la Gaceta Oficial), sino un factor de poco más de 3, como es la diferencia entre el azúcar y el café. Tratar de evitar que nuestros precios se equiparen con precios de los países vecinos requiere el cierre de fronteras, el cierre del comercio y una fuerza represora como la que exhibió el gobierno en la Redoma de Petare. Pero aun así nada de eso resulta útil: cerramos la frontera para que los productos no salieran y ahora resulta que lo que hicimos fue impedir que entraran.
El problema no es evitar que los precios se normalicen: el problema es que los salarios no lo hayan hecho. El salario mínimo (incluyendo los tickets de alimentación) en Venezuela está en 33.000 Bs. mensuales. Si pensamos que son 180 horas de trabajo al mes, esto da 183 Bs. por hora. En Estados Unidos, el salario mínimo federal por hora es de 7,50 dólares, aunque en Massachusetts es de 10 dólares. Si dividimos el salario mínimo en bolívares por el salario mínimo federal en dólares nos da 24,4 Bs/US$, que es el tipo de cambio al cual se igualarían ambos. He allí el problema: los precios del bachaqueo parecen reflejar un tipo de cambio de 1.821 bolívares por dólar pero los salarios reflejan un tipo de cambio de 24,4 bolívares por cada dólar. Y si dividimos estos dos números aprendemos que con una hora de trabajo a salario mínimo federal en Estados Unidos una persona compra en Walmart 74,6 veces más lo que un venezolano podría comprar en el bachaqueo. Y el salario mínimo en Venezuela sería el mismo que el de Colombia si el tipo de cambio fuese 22,76 pesos por bolívar, pero en Cúcuta te dan solo 2,6 pesos (9 veces menos).
He allí el drama: los venezolanos ganan una miseria. Y esa miseria refleja la bajísima productividad de un país donde la gente hace colas en vez de trabajar o trabaja sacando solvencias y persiguiendo pitufos en vez de producir.
La estrategia desplegada por la Gran Misón Abastecimiento Soberano en la Redoma de Petare no solo es ridícula, sino además contraproducente: es una gran tragedia para la FANB.
En Venezuela grupos parapoliciales han asumido el control de zonas enteras de nuestras principales ciudades, la guerrilla tiene presencia activa en nuestras fronteras, la minería ilegal de extracción es una realidad conocida a viva voz, se dan importantes operaciones de tráfico internacional de estupefacientes y somos la capital de la violencia en el hemisferio occidental. Y en medio de un contexto como ése, desplegamos a nuestros hombres y mujeres mejor preparados para la defensa de la Nación para que decomisen dos kilos de comida por cada funcionario. Kilos de comida que es “rentable” bachaquear como consecuencia de las propias políticas del gobierno.
Quienes se alistaron para defender a la Nación saben que esta despilfarrando su talento y los recursos del Estado, porque la solución a todo esto está en otra parte.
Los bachaqueros sólo desaparecerán de la economía venezolana cuando se corrijan las políticas económicas que generan ésa y muchas otras distorsiones.
El precio de los bachaqueros es apenas un indicador de la fiebre que azota a Venezuela.
Acabar con los canarios que nos informan cuán mal está el aire es un despropósito que traerá vergüenza y deshonor a las Fuerzas Armadas venezolanas. Necesitamos una estrategia económica que cure al paciente, no una estrategia militar que lo conmine a aceptar su muerte.