Publicado en: Blog personal
Por: Moisés Naím
Todos lo estamos. Pero las preocupaciones de la señora Buch nos deberían preocupar aún más. Después de todo, esta alta funcionaria del Banco Central Europeo ha sido recientemente puesta a cargo de la delicadísima tarea de regular a los bancos y otros entes financieros del continente. Tal como sabemos, cada cierto tiempo estalla una crisis económica que le hace perder sus ahorros a muchos y obliga a bancos y gobiernos a tomar medidas altamente impopulares. Si bien el foco de la supervisión bancaria de la señora Buch y su equipo se centra en Europa, el sistema financiero internacional está tan interconectado que las decisiones de los reguladores europeos afectarán a los bancos de todo el mundo. Y a sus clientes.
Hace unos días, en su primer discurso público, Claudia Buch alertó que los bancos no son inmunes a “eventos inesperados” y a nuevos riesgos: “Muchos de los asuntos que hoy dominan los titulares eran inconcebibles hace una década”. La funcionaria insistió en que “hay una alta incertidumbre con respecto al impacto que tendrán los conflictos geopolíticos, el cambio climático, las tendencias demográficas y la digitalización y que ya están forzando a cambiar la manera como producimos y consumimos”.
¿Qué hacer? “La complacencia no es una opción” dijo la señora Buch y añadió “vivimos en tiempos de incertidumbre. Pero la resignación o el miedo no son buenas guías para lidiar con la incertidumbre”.
Tiene razón. Pero si bien la complacencia puede ser una tentación para políticos, banqueros o empresarios, no lo es para los cientos de miles de personas que todos los días, en alguna ciudad del mundo, salen a la calle a protestar, a bloquear avenidas y carreteras, a “ocupar” espacios tanto públicos como privados. La protesta callejera siempre ha existido, pero se ha ido haciendo cada vez más frecuente y sus motivaciones más variadas. Esto lo sabemos gracias a Thomas Carothers y Brendan Hartnett, investigadores del Carnegie Endowment for International Peace un think tank basado en Washington (y organización a la cual pertenezco).
Carothers y Hartnett han desarrollado un riguroso sistema de recolección de datos que “rastrea” y documenta las protestas populares en todo el mundo. Así, nos informan que el 2023, el último año para el cual se tienen datos, fue particularmente conmocionado: “… aparecieron nuevas protestas en 83 países, de China a la República Democrática del Congo y de Iraq a Macedonia del Norte. Siete países que no habían experimentado protestas significativas en los últimos cinco años en el 2023 entraron al grupo: Dinamarca, Polinesia Francesa, Mozambique, Noruega, Irlanda, Surinam y Suecia”. Además, el rastreador de protestas revela que no solo han aumentado los países donde la gente toma calles y plazas, sino que las razones por las cuales lo hacen son más diversas. Algunas de las más numerosas manifestaciones fueron en defensa de la democracia. Concretamente en reacción a cambios en el sistema judicial, y las alteraciones del sistema electoral orientadas a concentrar el poder en el jefe del gobierno y sus aliados. En el 2023, estas manipulaciones antidemocráticas las vimos entre otros en Polonia, Israel, Nigeria y Mozambique. Una sorpresa ocurrió en Guatemala, donde una nueva coalición de grupos sociales e indígenas logró que Bernardo Arévalo, el ganador de las elecciones, pudiese tomar el control del gobierno a pesar de los esfuerzos de sus adversarios por impedirlo.
Pero no fue solo la política. La economía y sus consecuencias sociales también nutrieron las protestas. La inflación fue el denominador común del activismo callejero en Pakistán, Portugal, Eslovenia. En Ghana y Nigeria el desabastecimiento de productos básicos se convirtió en una intensa fuente de conflictividad social.
La mala calidad de los servicios públicos también suele ser un disparador de protestas de la gente. Carothers y Hartnett reportan como ejemplo que, en el 2023, en Sudáfrica hubo más de cien manifestaciones propulsadas por la mala calidad del servicio eléctrico. Otra importante motivación de los ciudadanos que protestan es el aumento del crimen, la inseguridad personal y la proliferación de bandas armadas y violentas que trafican con drogas y personas además de extorsionar a individuos y negocios. Las deficiencias de los servicios de salud y de la educación, el transporte y el aseo urbano y la mala calidad de las obras públicas contribuyen a la creciente frustración de los ciudadanos. El resultado, a nivel global, es el mismo: sociedades expuestas a crecientes olas de inestabilidad.
Nuestra era está suspendida entre los riesgos de las altas finanzas que preocupan a líderes como Claudia Buch y los remolinos callejeros que estremecen a cada vez más ciudades del mundo. La turbulencia que nos envuelve viene al mismo tiempo de arriba y de abajo, y configura una nueva realidad inédita e incierta cuyas consecuencias apenas estamos comenzando a conocer.