Publicado en: Milenio
Por: Irene Vallejo
En esta extraña era política que vivimos, mucha gente desconfía de las matizaciones de los expertos y, en cambio, da crédito a quienes enarbolan afirmaciones rotundas. Las agitadas tertulias televisivas y las redes sociales siempre ardiendo, actúan como cajas de resonancia para las voces más drásticas. Convertidos en cazadores de certezas en ciento cuarenta caracteres, escuchamos cada vez menos a los que dudan. Quizás hemos olvidado las enseñanzas de un sabio que, allá en la lejana Grecia antigua, se hizo famoso por su humilde máxima: “solo sé que no sé nada”.
Los psicólogos Dunning y Kruger abordaron la relación entre ineptitud y vanidad con un sorprendente experimento. Reunieron a un grupo de estudiantes universitarios y, tras someterlos a un test de inteligencia, les pidieron una valoración de sus propias capacidades. El resultado fue muy revelador: los alumnos más preparados creían estar por debajo de la media, mientras los menos dotados estaban convencidos de contarse entre los mejores. Los dos científicos concluyeron que la incompetencia del mediocre le impide darse cuenta de su ausencia de habilidad, o de reconocerla en otros. Al escuchar las proclamas encendidas de los abanderados y chamanes del presente, tan convencidos de su propia valía, convendría recordar esta paradoja: la ignorancia crea más seguridades que el conocimiento.