Publicado en: El Universal
Por: Brenda Estefan
La primera ministra británica vive una semana crucial para su futuro político. En su sitio internet, el tabloide Daily Star, ha puesto una fotografía de Liz Truss al lado de una lechuga “iceberg”. La pequeña instalación es filmada 24 horas, 7 días a la semana, por una cámara web con la intención de que se hagan apuestas sobre cuál de las dos, la primera ministra o la lechuga, se descompondrá más rápido. La broma no es de buen gusto, pero resume la situación: Liz Truss está a la cabeza del poder británico desde hace menos de 6 semanas, pero su gobierno ya se encuentra en tan mal estado que no resta mucho tiempo antes de que se termine de secar.
La historia de esta comparación de hecho comenzó por una columna del semanario The Economist, del 12 de octubre, titulada “La dama del iceberg”. El semanario calculó que descontando los 10 días de luto tras la muerte de la reina Isabel, Liz Truss mantuvo el control del gobierno únicamente durante siete días, tiempo similar a la vida útil de una lechuga.
La agenda económica fue la que complicó al actual gobierno británico. El 23 de septiembre la primera ministra presentó un “Plan de Crecimiento” que prometía decenas de miles de millones de libras en recortes de impuestos, sin explicar cómo serían estos financiados. El anuncio generó pánico en los mercados, la libra esterlina cayó a su punto más bajo frente al dólar y la popularidad del Partido Conservador se desplomó.
Rompiendo la tradición británica, Truss evitó pasar su propuesta fiscal por la Oficina para Responsabilidad Presupuestal (OBR), un organismo independiente que realiza previsiones y análisis sobre las finanzas públicas, elemento importante para dar certidumbre a las medidas presupuestales que toma el gobierno y su impacto macroeconómico. Además, la primera ministra decidió destituir al secretario permanente del Tesoro, Tom Scholar, un hombre muy respetado que había enfrentado un gran número de crisis.
En medio del desastre, Liz Truss intentó enmendar la plana. Tras tres semanas de turbulencia, el viernes pasado anunció la destitución de su efímero ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng -quien duró en el cargo 38 días-, y se comprometió a dar marcha atrás a las políticas más criticadas de su agenda de recortes fiscales.
Al caos autoinfligido por Truss, hay que agregar el, ya de por sí complicado, contexto económico británico. Una inflación de casi 10% aunada a la dificultad que enfrenta el Reino Unido, como muchas otras economías, con tasas de interés que aumentan, siguiendo el incremento de la tasa de interés de la Reserva Federal estadounidense y como medida para contener la inflación, lo cual complica el acceso a financiamiento de las empresas y, como en el caso británico la mayor parte de los créditos hipotecarios son a tasa variable, aumenta el monto mensual que deben pagar quienes tienen una deuda de vivienda. Además, el caos financiero significó un problema para algunos fondos de pensiones y el Banco de Inglaterra se vio en la necesidad de intervenir a través de un importante plan de compra de deuda del gobierno para evitar que ciertos fondos colapsaran trayendo severas consecuencias para millones de trabajadores y pensionados.
El nuevo ministro de Hacienda, Jeremy Hunt, un conservador moderado de larga trayectoria, presentará un nuevo presupuesto el 31 de octubre. De ahora hasta entonces, el gobierno británico deberá tranquilizar a los mercados respecto a su capacidad de equilibrar las cuentas públicas. Es por ello que el flamante ministro ha asegurado que todas las opciones presupuestales están sobre la mesa y que habrá una disminución del gasto público. Un golpe de timón, que busca evitar que Liz Truss tenga que abandonar su cargo.
El domingo 16 de octubre, la -todavía- primera ministra publicó una columna en el periódico The Sun en el que asegura: “He escuchado, he entendido”. Pero con ello no logró evitar que las críticas continuaran creciendo.
El tema es la primera plana en toda la prensa británica. No es un caso sencillo. Los parlamentarios conservadores quieren que Truss abandone el poder, pero los frena la posibilidad de que se llame a elecciones generales que los llevarían a una catástrofe. Seguramente perderían la cómoda mayoría que tienen en el Parlamento pues las encuestas los ponen hoy 26 puntos por debajo de los laboristas. Además, una norma del Partido Conservador, sobre cómo seleccionar o cambiar a su líder, estipula que tiene que haber pasado un año del inicio del mandato del primer ministro para que pueda ser removido de su cargo. Algunos parlamentarios sugieren que esta regla debería modificarse, otros consideran que esto pondría al Partido Conservador a la deriva. Cabe la posibilidad de que la oposición presente un voto de censura al gobierno, si suficientes legisladores del Partido Conservador se unen a la propuesta, pero esto podría desencadenar las elecciones legislativas no deseadas por los conservadores.
Es difícil saber cuál será el desenlace. Quizás el nombramiento del nuevo ministro de Hacienda sea la última carta de la joven primera ministra para aferrarse al poder. Pero dada la falta de credibilidad de ella y el papel central que Hunt ha jugado en los días recientes, si Truss termina por permanecer en Downing 10, corre el riesgo de convertirse en una líder de papel.
Mientras tanto el video de la lechuga y la imagen de la primera ministra continúa en línea.