Publicado en El País
Veneco es coloquial colombiano, dicen que despectivo, pero a mis oídos siempre suena cariñoso. Quiere decir venezolano.
Una mayoría abrumadora de los venecos de estratos 5 y 6 con quienes usted puede topar en Bogotá, Medellín, Bucaramanga o Barranquilla son uribistas por default.
La expresión estrato 5 describe a quien en Venezuela diríamos que está «cómodo». Un estrato 6 ya es alguien que está resuelto y buchón. El estrato 6 venezolano, como decía, es uribista. Para usar la conocida categoría formulada por Umberto Eco, el venezolano estrato 6 es, más bien, Ur-Uribista.
Nuestros infelices desplazados que por decenas de miles cruzan a diario la frontera y viven sus angustias en Cúcuta o La Guajira, se corresponden con una capa que se halla virtualmente por debajo del estrato 1. No es gente, por cierto, que tenga como prioridad leer a Daniel Coronell, María Jimena Duzán o Salomón Kalmanovitz para orientarse.
No son uribistas ni petristas pero hay entre ellos muchísimos chavistas de escapulario que echan toda la culpa de la catástrofe humanitaria al cabeza de bombillo de Nicolás Maduro: son Ur-Chavistas.
Como para ellos, y pese a los desvelos de la administración migratoria colombiana (cuya diligencia y humanitarismo me constan), la vida tiene ahora color de zorro corriendo, no están para ponerse a preguntar qué será lo mejor para Colombia. Muchos ignoran que en mayo habrá presidenciales.
Entre ellos y sus hermanos en el exilio de estrato 6 se extiende la vasta comarca anegadiza de los venecos estrato 4 a quienes veinte años de socialismo del siglo XXI han despeñado desde la próspera y optimista clase media de uno de los petroestados más antiguos del planeta a las alarmas algo más que financieras del volver a empezar en Colombia, a los cuarenta y pico.
Sentada esta demografía, volvamos al uribismo veneco. Es algo que me intriga y subleva a la vez.
Considérese un compatriota mío como hay tantos, hombre perspicaz, con estudios, idiomas, bien viajado y mejor articulado al hablar. Sensible a las distinciones que cabe hacer entre, digamos, la gesticulación y la parla de los fundamentalistas del voto de la MUD, ahora reagrupados bajo un sedicente Frente Amplio que se pretende nuevo y más inclusivo que el cogollo que dialogaba con Zapatero en Santo Domingo, y las crudas verdades, las iluminadoras tesis con que el valeroso Luis Ugalde. S.J. ha venido normando el debate opositor venezolano en torno a las fraudulentas elecciones que la dictadura de Maduro pretende hacer valer, también en mayo.
Es alguien que sabe hallar, sin embargo, en las figuras de la MUD la virtud que singulariza a cada quien, disculpa sus errores y justiprecia sus aciertos. No se escandaliza, tampoco, si un amigo hace flotar dubitativamente en la conversación que acaso no sea mala idea votar por Henri Falcón.
Nuestro hombre, al contrario, trata de persuadir con buenas razones, haciendo valer motivos para la contención. Detrás de lo que se piensa está lo que se cree, dice Mairena, y mi paisano piensa que Henri Falcón es un torpedo Bangalore, una mina de demolición concebida para succionar votos opositores a través de una brecha en las murallas de la MUD, pero atiende también a sus tripas que le dicen quién sabe, bro, quién sabe.
¡Ah!, pero nombre usted en su presencia a Sergio Fajardo, a Claudia López, al senador Robledo, a Mockus, a Humberto de la Calle. De ratas criptochavistas no los baja. ¡Y pensar que, en su momento, este hombre votó por Hugo Chávez porque nada podía ser peor que lo que teníamos y Venezuela solo se arreglaba con una constituyente!