El desvarío de Trump: ¿por qué la civilización americana puede acabar en tres días? – Pedro Rodríguez

La agenda del presidente de Estados Unidos desde el domingo hasta el martes son un buen ejemplo

Publicado en: ABC

Por: Pedro Rodríguez

Al filósofo e historiador alemán Oswald Spengler se le atribuye el pronunciamiento, nunca mejor dicho, de que «siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización». A pesar de su anticipatorio pesimismo en torno al siglo XXI y su justificación del cesarismo, al autor de ‘La decadencia de Occidente’ se le olvidó comentar que la civilización puede acabar con un brote psicótico de tres días. De hecho, la agenda del presidente de Estados Unidos desde el domingo hasta el martes son un buen ejemplo.

Donald Trump arrancó esta especie de puente largo, para escapar de la cordura, con una exaltación del odio y el maniqueísmo durante el funeral en memoria de Charlie Kirk. Mucho fundamentalismo del Antiguo Testamento, muy poca caridad y nada de compasión. Además de

plantear una peligrosa ruptura con la tradición política americana, que además de una estricta separación entre Iglesia y Estado, ha llevado a que todos y cada uno de sus antecesores en tiempos de crisis apelen a la unidad nacional y a lo que Abraham Lincoln definió en su primera toma de posesión como «los mejores ángeles de nuestra naturaleza».

Cinco años después de recomendar chupitos de lejía contra el Covid, Donald Trump también ha roto con la historia de un país entre cuyos mitos fundacionales destacan la ciencia, la tecnología y la invención. El lunes, al vincular el autismo con el consumo del paracetamol durante la gestación, sugerir tratamientos más propios del «snake oil» de los Spaghetti Western y regurgitar la peor basura antivacunas, Trump ha terminado por alinearse con la superchería, el pensamiento mágico, la pseudociencia y el más letal de los cuñadismos conspiranoicos.

El complemento perfecto para toda esta sobredosis de maléfica charlatanería ha sido la alocución del presidente ante la sesión número 80 de la Asamblea General de Naciones Unidas. Todo un alarde de demagogia contra el multilateralismo, las institucionales y el orden internacional creados a partir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. Unos meritorios esfuerzos por aprender de las tragedias del siglo pasado, cuando en los años treinta las luces de la civilización se apagaron por todas partes, que ahora los trumpistas tachan de «globalismo».

En el discurso que se prolongó 56 minutos, cuatro veces de lo que le correspondía, Trump no se molestó en disimular. Acusó a los ecologistas de querer «matar a todas las vacas». Atacó personalmente al alcalde musulmán de Londres, afirmando que los líderes musulmanes en el decadente Occidente están planeando instaurar la ley sharía, al tiempo que proclamaba que el cristianismo es la «religión más perseguida del planeta». Criticó tanto a aliados como enemigos. Y cuestionó la propia existencia de la Organización de Naciones Unidas.

«Yo soy muy bueno en esto (de gobernar)», llegó a afirmar el egomaniaco Trump. «Vuestros países se están yendo al infierno». En su demencial memorial de agravios, el presidente incluyó literalmente de todo: una escalera mecánica que no funciona en la sede de la ONU; el hecho de no haber ganado un contrato de obras para Naciones Unidas durante su etapa como promotor inmobiliario en Nueva York; los molinos de viento; las políticas de inmigración de otros países que no recurren a deportaciones masivas; y la forma en que se gobierna Brasil. Por no faltar, ha incluido giro copernicano con respecto a su admirado Putin, hablando de respaldar a Kiev para <<recuperar toda Ucrania en su forma original» y que los aliados de la OTAN podrían derribar aviones rusos que violen su espacio aéreo.

Lo más parecido a una réplica a tanta banalidad del mal ha corrido a cargo de varios aliados cercanos a Estados Unidos. En el equivalente a una reprimenda contra Trump y su contagioso trumpismo han aprovechado estos delirantes días para unirse a la mayoría de los miembros de la ONU en el reconocimiento de Palestina como Estado. Decisión que para el presidente no es más que una forma de respaldar a los terroristas da Hamás. Sin entrar en tecnicismos, todo muy ‘fucking crazy’.

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