El atentado contra Salman Rushdie parece estar repugnantemente en consonancia con nuestros tiempos. Nuestra defensa de la sociedad abierta debe ser aún más contundente.
Publicado en: El País
Por: Ian Mcewan
En 1989, las amenazas asesinas contra Salman hicieron que muchos nos uniéramos para mostrar nuestra protesta y nuestro apoyo. En los meses y años sucesivos, aprendimos y perfeccionamos un vocabulario para defender la libertad de expresión, pensamiento y escritura. Comprendimos que la libertad de expresión era la piedra angular de todas nuestras libertades. Todos los derechos y libertades que poseemos se han tenido que enunciar y escribir.
En aquel momento casi no podíamos darnos cuenta, pero la fetua se proclamó justo cuando el mundo empezaba a abrirse. Durante los años noventa, las democracias florecieron en Sudamérica, Europa del Este y Sudáfrica. Con el fin de la Guerra Fría, el optimismo político estaba muy presente.
Las cosas son distintas hoy. La democracia es blanco de ataques. China puede disponer pronto de los medios técnicos para perfeccionar su modelo totalitario. La Rusia de Putin es abiertamente hostil a la sociedad abierta y se parece cada vez más a un Estado fascista. De aquí a dos años es posible incluso que en Estados Unidos veamos el fin de la república. Hungría, Turquía, Pakistán, los Estados del Golfo: el espacio para el pensamiento libre se ha reducido poco a poco en todo el mundo. Las presiones no llegan solo del poder arraigado de un Estado y sus servicios de seguridad o de grupos religiosos, sino también de la extrema derecha y de sectores de la izquierda. A veces parece que el mundo se ha olvidado de cómo discrepar sin recurrir a un arma o, en el más suave de los casos, a una supresión cultural. Las instituciones del Occidente rico, con miedo de perder su reputación, se apresuran a alinearse con la turba que las persigue.
La fetua de 1989 apareció como una última y desesperada arremetida contra la modernidad y su laica seguridad en sí misma. Ahora que el espíritu antiliberal está reuniendo todas sus fuerzas, el atentado contra la vida de Salman Rushdie parece estar repugnantemente en consonancia con nuestros tiempos. Nuestra defensa de la sociedad abierta tiene que ser aún más contundente.