¿El fin de Maduro? – Javier Conde

Por: Javier Conde

Nicolás Maduro es un hombre derrotado antes de que el primer elector deposite su voto dentro de treinta días, el 28 de julio, cuando Hugo Chávez quien lo declaró su heredero cumpliría 70 años. Morir, pues, en el natalicio de su padre político.

Es un hombre derrotado, sin obra, sin palabra, sin ideas. Cuatro de cada cinco venezolanos lo rechazan. Boric, Petro, Lula – todos hombres de izquierda- lo urgen a que muestre un mínimo apego a la competencia democrática.

Es un hombre derrotado e investigado por presumibles crímenes de lesa humanidad. Convirtió en pobre al que llaman el país más rico de Sudamérica. Entregó el país a Cuba: las notarías públicas, el sistema de identificación ciudadana, los servicios de inteligencia y le envía cargamentos petroleros sin factura de cobro.

Aún así, la gran incertidumbre, que se repite en el país de Bolívar y Andrés Bello, es sí Nicolás Maduro reconocerá su muy predecible derrota en las urnas. Y si la reconociera, ¿entregaría el poder?

El proceso electoral en marcha en Venezuela desde el pasado 5 de marzo no reúne ninguna condición de equilibrio, mucho menos de transparencia. Se compite con las peores condiciones del último cuarto de siglo, el tiempo que empezó a rodar desde que Chávez llegó al poder el 6 de diciembre de 1998. El único acto indebido cometido en aquella elección que lo hizo presidente lo escenificó el recién electo cuando extendió la palma de su mano izquierda sobre la Carta Magna y dijo: “Juro sobre esta Constitución moribunda”. La que le permitió competir y ser electo.

Nicolás Maduro ha negado el ejercicio al voto a entre 7 millones y 10 millones de venezolanos con derecho a ejercer el sufragio. Ha inhabilitado para el ejercicio de sus derechos políticos a María Corina Machado, la líder electa por la oposición en una elección primaria a la que concurrieron 2.5 millones de electores. Bloqueó, sin que haya explicado razón alguna hasta ahora, la candidatura de Corina Yoris, como sustituta de Machado. Secuestró las tarjetas políticas de partidos de oposición y se las entregó a operadores políticos financiados desde el palacio de gobierno. Mete presos a dirigentes y activistas políticos y sociales: 37 desde marzo. Cierra hoteles, posadas, restaurantes donde se alojen o consuman dirigentes opositores en sus recorridos por el país. Y se entrega -el verbo que lo define- a pastores evangélicos que también reciben un bono oficial en metálico en busca de un milagro.

¿Han hecho el trabajo que deben hacer sus obstinados opositores? El chavomadurismo -una expresión que junta la promesa fallida de un militar iluminado con los restos de un naufragio anunciado- aprovechó los gruesos errores de la oposición para aferrarse al poder, también sacó partido a su muy propio desapego al coraje, la valentía, la razón. A la vida en democracia, en fin.

De tantas idas y venidas, la oposición aprendió y, ahora, el liderazgo inimaginable de Machado, una mujer a la que le sobra valor, perseverancia y compromiso, también capacidad para saber decir lo que corresponde en cada ocasión, está anidado en el corazón de un pueblo herido y cansado hasta el hartazgo de ver partir a sus hijos al exilio. La cuarta parte de la población del país, cerca de ocho millones de personas, viven, o malviven, hoy en más de 90 naciones del planeta.

Es una oposición democrática. Es una oposición para unir al país, sin venganzas pero sí justicia. Para que vuelvan los expatriados y Venezuela pueda recuperar su memoria democrática que acogió a miles y miles de perseguidos y desheredados de la Tierra. Tantas familias gallegas, por cierto. La reina de las telenovelas, una mujer de Ourense; la elegancia de las pasarelas, otra gallega de Sober, Lugo; al narrador deportivo tan gallego como criollo, de A Coruña; a un fino y culto periodista de arte de Santiago…

El fin de Maduro no solo es previsible, sino deseable. Ante las trabas puestas a la observación electoral internacional, la oposición prepara un contingente de testigos para defender cada voto en las mesas de elección. La lucha por la democracia -tan necesaria en estos tiempos confusos- tiene una cita en treinta días: el 28 de julio.

 

 

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