Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Revisando columnas viejas, resulta que he escrito varias sobre la necesidad de fundar un partido de centro nuevo, aunque después suelto el tema, cuando sospecho que no va para ninguna parte.
Pese al desprestigio que los partidos políticos arrastran hoy en Colombia y en buena parte del mundo, son instrumentos insustituibles en una democracia. Incluso, a juzgar por el papel que juega el PCCh en China, hasta en regímenes autoritarios. Por supuesto que en las democracias son importantes con más veras, pues por definición los mandatarios deben rotar cada tanto, so pena de borrar la indispensable separación de poderes. Surge entonces un problema evidente: que al llegar lo primero que hace el mandamás es archivar las políticas de su antecesor, sobre todo si este no pertenece a la misma línea política, algo casi imposible con los esquemas hiperpersonalizados de los últimos tiempos.
El centro está pasando por una buena racha en Colombia. Hay al menos tres candidatos excelentes, además de viables: Alejandro Gaviria, Sergio Fajardo y Juan Manuel Galán. Otra media docena de nombres rota por ahí, con menores posibilidades. Se me ocurre pensar que una de las mejores consecuencias que podría tener elegir a uno de ellos es que entendiera que su mandato incluye la idea de convocar por fundación y/o fusión a un partido nuevo, que sea liberal, verde, democrático e intervencionista sin abusar.
Los planteamientos programáticos de centro —el fomento de la educación pública de calidad en todos los niveles, el fortalecimiento financiero del Estado, el desarrollo de una industria nacional competitiva sin necesidad de cerrar las fronteras, una política internacional independiente que primero que todo haga cambios drásticos a la nefasta guerra contra las drogas, para mencionar apenas los temas principales— requieren continuidad y esta solo se logra mediante un partido que vaya ofreciendo candidatos con una línea política cercana, aunque nunca idéntica, a la de su antecesor.
Del candidato y del partido uno espera definiciones concretas, no cháchara. Deberá proponer una política ambiental virtuosa, en la que figuren la ganadería silvopastoril, la reforestación en vez de la deforestación, el fomento del consumo de vegetales sin prohibir nada, el recurso a las llamadas “tumbas de basalto para CO2” u otras formas de captura de gases de efecto invernadero que ya circulan en la atmósfera, tecnologías que pronto se podrán masificar y que incluso permitirán mitigar los efectos de tal cual chimenea que sea imposible erradicar.
En el centro del centro uno se imagina un reformismo constante que apunte a echar a andar círculos virtuosos, sin necesidad de venganzas ni retaliaciones. Nada de prometer cárcel y censura a quienes piensen distinto. De más está decir que un partido nuevo requiere instituciones, organización y disciplina, y que debería provenir de la fusión de lo existente pero que es insuficiente: el Nuevo Liberalismo, el ala reformista del Partido Verde, Compromiso Ciudadano, los liberales que sí lo son y están en el PL, además de tanta gente y organizaciones dispersas que hay y a quienes no les atrae la actual oferta.
Por una vez pienso que esta idea concreta no es mucho pedir, sobre todo a los jóvenes hoy entusiasmados con ciertos candidatos. Pues bien, que se entusiasmen también con un instrumento que dé continuidad a lo hecho en cuatro años y que podría llamarse el Partido de la Esperanza.
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