Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
Más de 250 venezolanos deportados por el gobierno de Donald Trump a El Salvador; y que desde marzo permanecían reclui dos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), fueron repatriados este viernes a Venezuela. La noticia la dio el presidente de El Sal-vador, Nayib Bukele, y confirmada por el secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, quien señaló, a su vez, la liberación de diez estadounidenses encarcelados por el régimen de Maduro. Bukele acompañó el anuncio de un vídeo en el que se mostraba a los venezolanos sometidos al intercambio. Puede vérselos, esposados, uno detrás de otro, separados por una distancia idéntica.
Una versión coreográfica del orden y la ley. La sobriedad de la intimidación.
Los venezolanos deportados, encarcelados y luego intercambiados por estadounidenses -y algunos presos políticos, según Rubio- habían sido identificados en EE.UU. como miembros a la organización delictiva trasnacional Tren de Aragua. Una vez apresados por Bukele fueron convertidos en objeto de canje «humanitario», tal y como se califica el procedimiento en las agencias informativas oficiales.
Que en Venezuela las leyes no se cumplen es tan público y notorio como la naturaleza autoritaria de sus gobernantes, la arbitrariedad de los procedimientos policiales y la ausencia de legalidad en el despliegue de fuerza del Estado. El poder político no está sujeto a escrutinio alguno. No es capaz de dar fe de la calidad democrática de sus prácticas, de la misma forma en que no puede certificar que los derechos humanos se cumplan en sus cárceles y que su lógica obedezca en realidad a la persecución y castigo por la vía de la arbitrariedad. Eso está claro: un delincuente y un opositor ocupan la misma categoría legal para el gobierno de Nicolás Maduro.
Se intercambian como tuercas. Una verdad dolorosa -la transformación del Estado venezolano en satrapía- al ser confrontada con el espectáculo de otra verdad, en este caso la puesta en escena de Bukele con las megacárceles de las que se ha servido Trump, conduce al estupor.
Esta coreografía del traslado, la dirección escénica del canje y la mano dura, esconden una lógica os-cura. El peso de la ley cae sin reglas, sometido únicamente a la voluntad de los negociadores. Trump, a la manera de un emperador, ha empujado un proceso de deportaciones masivas que afecta a los inmigrantes en situación «irregular», una palabra elástica en la que aparentemente caben por igual el desplazado y el refugiado con el delincuente.
El peso de la ley y la mano dura, ¿pero acaso justa?, que ha sustituido los procedimientos legales y la migración por un safari y una cacería, es decir: el ciudadano convertido en presa. La justicia no es lo mismo que el garrote. De ahí esa confusión que anega la convivencia. Persecuciones como las de Torre Pacheco, comparten con la coreografía de Bukele la presunción de inefabilidad para quien persigue y alborotan una idea de ojo por ojo muy propio de emperadores cuando suben o dejan caer el pulgar.





