Guerrillero, intelectual y abogado, Américo Martín, fallecido el 16 de febrero, fue una de las mentes más lúcidas de la izquierda latinoamericana. Sus libros ofrecen una mirada pluralista y crítica a la personalidad autoritaria y al militarismo que en las últimas décadas se ha apoderado de su natal Venezuela.
La conversación con Américo Martín que ha vuelto a mí en fogonazo junto con la desoladora noticia de su fallecimiento en Caracas tuvo lugar durante un viaje carretero que hicimos juntos, con Teodoro Petkoff y Luis Bayardo Sardi, a mediados de los años ochenta.
El motivo de aquel viaje a La Victoria, estado Aragua, distante unos noventa kilómetros de Caracas, fue la presentación de un libro de Carlos Tablante, por entonces joven diputado del Movimiento al Socialismo (mas), la agrupación de izquierda fundada en 1971 por Petkoff y otros antiguos dirigentes del Partido Comunista de Venezuela. Tablante era una figura en ascenso, notorio ya a escala nacional por denunciar valientemente los asesinatos perpetrados por comandos de exterminio integrados por funcionarios venales de los cuerpos de seguridad del Estado.
Por aquel tiempo Américo no militaba ya en partido alguno, sin haber dejado por ello de ser una insoslayable figura en la política nacional. Había apoyado la candidatura de José Vicente Rangel en 1983, formando parte activa de una multisápida coalición de grupos de izquierda adversa al mas que, en aquella ocasión, tuvo como candidato a Petkoff. Ambas formaciones la tuvieron muy mal en aquellas elecciones que cómodamente ganó Jaime Lusinchi, de Acción Democrática. En el proceso, sin embargo, no surgió distanciamiento personal entre Teodoro y Américo, exguerrilleros históricos ambos y amigos desde la juventud.
En algún punto del trayecto, bordeando aquella mañana las vegas y cañaverales de El Consejo, Bayardo Sardi, culto hombre de ideas también fundador del mas, hizo saber que había leído Historia de Mayta, la novela de Mario Vargas Llosa que por aquellos días había aparecido, y que le había gustado muchísimo.
Quienes conocieron a Américo personalmente recordarán su cortesía y su afabilidad invencibles, aún para con adversarios acérrimos. Yo descubrí ese día su don de conversación. La sola mención de Historia de Mayta disparó una fascinante disertación suya, en cuatro ruedas y a 90 km/h, que hasta hoy no he podido olvidar.
Su tema fue, y traigo a esta elegía una expresión suya, “la literatura del regreso de la utopía”. Estimaba que con ella Vargas Llosa mostraba una vertiente promisoria, decía que por primera vez leía una novela latinoamericana que mostraba poéticamente cuál era el destino de más de un guerrillero “de a pie” si antes no llegaban a matarlo: la cárcel y la irrelevancia, cuando no el degredo.
Yo no lo había tratado mucho hasta entonces y, oyéndolo hablar con tanto encomio de la novela de Vargas Llosa (que yo no había leído todavía), hube de pensar que Américo quizá compartía de modo verbal secretas notas preparatorias de algún ensayo. Las ideas que Historia de Mayta suscitaron en él sonaban tan meditadas, engastaban armoniosamente en una familia de temas con la que se le escuchaba tan a gusto, que no me extrañaría que, entre los papeles de un autor prolífico como él, se halle huella escrita de esto que aquí evoco. Le conmovía sobremanera el trotskismo naíf del protagonista de la novela, Alejandro Mayta, el precario iniciador de una improbable insurrección general sudamericana.
Así pues, el trotskismo en nuestro continente, tema que Américo examina en un libro notable, América y Fidel Castro (2001), fue la nuez de aquella para mí inolvidable efusión carretera. Había una razón personal para ello: el sindicalismo de cuño trotskista había sido una de las paradas intermedias de una fracción muy importante de su partido en el camino hacia la disolución del mismo. El Mayta de ficción y su modelo en la vida real habían sido también sindicalistas trotskistas antes de hacerse guerrilleros.
En otros casos, y de modo inverso, el trotskismo fue la parada intermedia entre un sindicalismo testimonial, inconducente, y la lucha armada. Así lo fue, decía, para muchos guerrilleros urbanos argentinos de Montoneros. Y así fue para Mayta y su novelesco port, el Partido Obrero Revolucionario, la “T” apocopando su trotskismo. De otras muchas cosas se habló, pero el entusiasmo lector de Américo por esa obra fulgura aún en mi memoria.
Ya algún tiempo después de sus años de insurgencia armada –una década atroz, examinada sin autocomplacencia en sus Memorias (2013)–, Américo se graduó de abogado y tuvo, en efecto, sus tientas con el sindicalismo que los años setenta vieron prosperar en la cuenca siderúrgica del Orinoco. Fue por aquel mismo tiempo cuando el Movimiento de Izquierda Revolucionario (mir), partido que en 1960 había integrado Américo con otros jóvenes de Acción Democrática y que había sobrevivido a la lucha armada, no salió bien librado de unas elecciones presidenciales en las que Américo fue candidato. Hablo de 1978. A pesar de su relativo éxito sindical y su gran predicamento entre el estudiantado universitario, el mir se encaminó a la división.
Una fracción del mir acabaría fundiéndose en el mas en 1988. Américo renunció, en esos mismos años ochenta, a toda vida partidista y, sin remordimientos, prefirió ser un ciudadano particular, interesado en los asuntos públicos, el resto de su vida.
Se apartó, pues, de la política contingente y se dedicó a leer aún más de lo que hasta entonces había leído nuestro prodigioso tragalibros y a pensar los muchos títulos que, luego de un hiato de más de un lustro, fue entregando a la imprenta a partir de los años noventa. Me importa exaltar dos de ellos en este adiós.
El primero, mencionado anteriormente, es América y Fidel Castro. No es uno más entre la enorme bibliografía que, en muchos idiomas, se ha publicado sobre la personalidad política más turbadora y dañina que haya parido el continente en los últimos cien años. Es, ciertamente, un recuento analítico de la Cuba de Castro en las décadas que van de 1959 al comienzo del actual siglo, pero viene hecho desde la singular perspectiva de quien fue un actor importante de la política desestabilizadora continental que activó La Habana en los años sesenta. Singularmente, Américo dedica muchas de sus páginas a Rómulo Betancourt, fundador de Acción Democrática, el partido en cuya militancia se hizo adulto en los años cincuenta.
Betancourt fue la némesis de Castro, “probablemente era el único hombre de Estado en toda América que en 1959 no cayó bajo su hechizo”. Son muchos y muy sugestivos los elogios que en su libro emite Américo sobre Betancourt, alma del modelo político que decididamente se opuso en la cuenca del Caribe a la Revolución cubana. Betancourt, precisamente Betancourt, contra quien se alzó en armas en 1961.
Otra gran virtud de este texto es la persuasiva originalidad con que discurre Américo sobre la personalidad autoritaria en general –no solo la de Castro–, el contumaz militarismo de la izquierda venezolana que se plegó a Chávez, las representaciones latinoamericanas sobre Estados Unidos y el tenaz designio democrático de Betancourt. Todo ello se suma a un descarnado ajuste de cuentas consigo mismo.
El castrismo, esa trágica martingala que durante décadas avivó la discordia y la violencia en nuestra América, es analizado en este libro con una inteligencia y probidad admirables en quien fuera un decidido guerrillero. Yo tengo la impresión de que la premisa liberal, pluralista y crítica de la izquierda latinoamericana, que, sin melindres, Américo hizo inequívocamente suya en las décadas finales de su vida, se asentó en él mientras investigaba y llenaba fichas y cuadernos para este libro que es capital en su obra.
A fines del año pasado, Américo dejó abruptamente de publicar su columna dominical para consternación de sus lectores. El silencio duró muy pocas semanas, al cabo de las cuales, el 31 de octubre pasado, volvió al diario TalCual, fundado por Petkoff, donde escribió desde su fundación, con una columna que tituló “Para entendernos mejor”:
Me pescó el terrible covid-19 y a mi edad eso no es cuestión pasajera.
A pesar de estar vacunado, me atrapó lo que en lo sucesivo llamaré el tiranovirus, con secuelas que aún me afectan. Por ello, limitado por el obligado reposo, en lugar de la acostumbrada columna dominical que sirve de reflexión en temas de interés nacional e internacional, opto por ofrecer parte de Mis memorias publicadas hasta hoy y que espero también sirvan para mirar al futuro de Venezuela con el aprendizaje de lo vivido.
Apenas descubierta mi intención de escribir estas Mis memorias me llovieron preguntas no exentas de inquietud: “¿Te retiras de la vida pública?”, “¿Debemos excluirte del mundo de la política, las letras y en general la cultura?”
Me retiro de algo, no hay duda. […] Pero permanezco, y ahora con más razón, en los predios de la escritura y la reflexión. Sigo atado, por supuesto, a las varias cosas fundamentales que durante tantos años me retuvieron en la acción política y humana.
Estaré siempre contra la dictadura, el totalitarismo y el militarismo; me seguirán pareciendo despreciables el culto a la persona y las cortes de aduladores. […] estaré a favor de la condición humana, de la libertad y el pluralismo, de la dignidad de la disidencia, de la resistencia contra la opresión, la discriminación, la vejación, la tortura, la persecución.
La historia de la lucha contra la tiranía chavista no podrá nunca contarse sin nombrar muchas veces a Américo Martín. Aquí lo nombro, pues, desde el exilio, para rendir homenaje a su caraqueña jovialidad, su ejemplar valor personal, su honradez intelectual y su fe inconmovible en un orden social más justo y un futuro democrático y de concordia para todos los venezolanos. ~