Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Varios adolescentes entran al laboratorio de química del colegio, empiezan a mezclar reactivos en medio de las risas y el jolgorio y, de repente, aquello hace ¡boom! La explosión puede tener consecuencias menores o puede haber quemados y hasta muertos. “Mejor haber sido precavidos”, dicen las autoridades del colegio, cuando ya pa qué.
De un tiempo a esta parte gentes de origen muy variado han dado en ensayar experimentos peligrosos, no ya en el laboratorio del colegio sino en la totalidad de un país o hasta de una región. Los votantes por definición no son adolescentes, pero a veces se comportan como si lo fueran. El domingo pasado, por ejemplo, 55 millones de personas le entregaron Brasil a un peligroso pirómano. Preguntadas por sus razones, las dan de fondo y banales al mismo tiempo, aunque es obvio que no ven el peligro; o si lo ven, les parece peor seguir en las que venían. Las placas tectónicas de la política mundial se mueven más que hace veinte años, o al menos en lugares donde antes había un cierto sosiego. El próximo martes 6 de noviembre se tendrán noticias parciales sobre los resultados de un experimento mucho más grande y peligroso que el de Brasil: la elección presidencial de Donald Trump en 2016. ¿Le ratificarán los votantes gringos su apoyo al Partido Republicano que hasta ahora se ha sometido sin chistar a los caprichos del presidente mentiroso o habrá una oleada en el sentido contrario? Está, por último, la incógnita de qué hará López Obrador (AMLO) como dueño y señor de México a partir del 1° de diciembre, si bien antes de posesionarse hizo volar por los aires la construcción del nuevo aeropuerto para el D.F., la mayor ciudad de América Latina, echando a la caneca varios miles de millones de dólares, dinero que es de los mexicanos, no suyo.
Uno de los reactivos clásicos de hoy, más abundante que hace veinte años, es la sobrexposición mediática de un personaje escandaloso. Muchos periodistas —para no hablar de los millones que alborotamos en las redes sociales— caen en la trampa de dar micrófono, cámara y atención a los bolsonaros y a los Trump de este mundo, con la idea de que las audiencias son sensatas. Craso error. Impermeables a las críticas biempensantes contenidas en la atención obsesiva, los personajes atacados usan dicha atención como trampolín, deslizando por el camino la noción cínica de que los mentirosos son otros. En billar se llama “efecto contrario”.
El otro factor explosivo es la ilusión traicionada. No se le pude pedir a un pueblo como el brasileño que, después de albergar una gran ilusión de la mano de Lula, tenga que tragarse sin chistar el sapo de una inmensa crisis económica, condimentada con altas dosis de violencia cotidiana, a la que se suma una corrupción desbordada. La gente cobra esas cosas con furia y los caudillos lo saben, así se dejen llevar por los espejismos y las tentaciones del poder inmediato. Hoy no fío, mañana sí.
Es muy pronto para saber si la actual oleada de populismo, alentada por grandes masas de votantes que actúan como irresponsables estudiantes en gigantescos laboratorios de química, será perdurable o no, y está por verse si el radicalismo y las mentiras son políticas eficaces. Sospecho que mucho menos de lo que se teme. Hay que evitar, sí, desenlaces como el de Venezuela, donde por no parar el experimento a tiempo destruyeron no ya el laboratorio de química, sino la totalidad del colegio.
Lea también: «Miopía«, de Andrés Hoyos