Publicado en El País
Por: Lluís Bassets
También la épica ha fallado. Un gol del Barça produce mayor conmoción que esta falsa declaración de independencia. La ciudad ha seguido su vida como un día cualquiera. Algún que otro cohete perdido. Una bocina que no consigue eco en la Diagonal abarrotada. Todo se fía a las celebraciones orquestadas por la gran organizadora de eventos que es la ANC.
No hay alegría. Quien no está triste, está cansado, harto. Es una auténtica república independiente pero de Ikea, encapsulada en la casa independentista, que recoge abrazos y euforias impostadas solo en el edificio del Parlament y en la concentración ante sus puertas.
Es el inconveniente de las repúblicas virtuales. La anterior, el 10 de octubre, duró ocho segundos y aún hay discusión sobre si hubo proclamación y quién la hizo. La de hoy durará unas horas, pero mientras exista no tendrá repercusión alguna en la realidad. No la ha tenido en el control del territorio ni en la actuación de un Gobierno desaparecido, sin nada que decir en el Parlament y nada que hacer en las consejerías, fuera de organizar la desbandada para evitar los efectos del 155.
La república de hoy ni siquiera ha sido proclamada, sino que es fruto de una resolución y un método de votación aconsejados por los abogados penalistas. Son los inconvenientes del poder sin responsabilidad. Romper la legalidad y a la vez aprovecharse de la legalidad obliga a rarezas de difícil explicación. Por ejemplo, el voto secreto de los diputados secesionistas para evitar responsabilidades personales. Y luego el papelón de Puigdemont y de Junqueras. El primero con su desconcertante declaración, en la que se desdijo de las elecciones anticipadas y endosó al Parlament la decisión sobre la independencia. Ambos con sus silencios y su desprecio por las instituciones: ni un discurso, ni un mínimo debate parlamentario en el día más señalado de la legislatura.
Se entiende que el independentismo se agarre como a un clavo ardiendo a la denuncia del 155 e incluso que desee su aplicación drástica e inmediata, de forma que sus numerosos y graves pecados queden inmediatamente ocultos por la severidad del castigo que se les imponga desde el denostado Madrid.
Al margen de las responsabilidades, que se les van a exigir, lo que es seguro es que no les absolverá la historia. Es difícil imaginar un daño mayor con una expectativa de ganancias tan escasa, si no nula. La exhibición de irresponsabilidad y de frivolidad que han hecho Artur Mas, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras es impropia de los dirigentes de un país tan serio y civilizado como había demostrado ser Cataluña hasta ahora.