Publicado en: ABC
Por: Karina Sainz Borgo
El futuro de Venezuela puede tomar muchas formas. «Pero el presente es uno solo, y es Noruego del Nobel. Jorgen Watne Frydnes, durante la ceremonia de entrega del premio a María Corina Machado. De pie, ante un auditorio de mil personas, Watne pronunció un discurso que muchos escuchamos estupefactos. Durante los casi treinta años de exabruptos, torturas, desapariciones forzadas y desmantelamiento democrático perpetrado primero por Hugo Chávez y luego por Nicolás Maduro, no recuerdo haber oído un diagnóstico tan certero sobre la tragedia venezolana, instrumentalizada a gusto por cuantos actores internacionales se acercaron a ella.
Tanto José Luis Rodríguez Zapatero como Juan Carlos Monedero -y antes de ellos personajes como Ignacio Ramonet- prestaron observancia electoral al hundimiento de una nación. A cara descubierta, agasajados en las verbenas del dictador, certificaron la limpieza y la transparencia que podría tener una letrina. En las páginas de ‘Y Dios entro en La Habana, Manuel Vázquez Montalbán describió la simpatía de escritores y pensadores como Jean Paul
Sartre por Fidel Castro. La llamó el síndrome de la edad de la inocencia. Pero ni estamos en el mundo de Sartre ni la inocencia es un lujo que hoy podamos permitirnos. La violación de los derechos humanos no es opinable.
En apenas una década de gobierno de Nicolás Ma-duro, más de 10.000 personas han sido asesinadas, casi 2.000 torturadas y 8.000 agredidas. Más de nueve millones de venezolanos han emigrado por motivos económicos y políticos. De ellos, al menos mil han fallecido devorados en la selva del Darién y más de un millón espera resolución de solicitudes de asi-lo. El 92 por ciento de las denuncias por violación a los derechos humanos han quedado sin respuesta, más de 300 presos políticos permanecen cautivos y casi 20.000 ciudadanos han sido víctimas de detenciones arbitrarias. Tiene razón Watne: el presente de Venezuela es uno solo y es horroroso.
A pesar del sufrimiento, la rabia y los atropellos, los venezolanos no han renunciado a la posibilidad de restituir su democracia, incluso a pesar de la in-diferencia. «Mientras perdían sus derechos, su alimento, su salud y su seguridad -y, finalmente, su propio futuro- gran parte del mundo se aferró a sus viejas narrativas. Algunos insistían en que Venezuela era una sociedad igualitaria ideal. Otros solo querían ver en ella una lucha contra el imperialismo.
Otros más optaron por interpretar la realidad venezolana como una competencia entre superpotencias, pasando por alto el valor de quienes buscan la libertad en su propio país. Todos estos observadores tienen algo en común: la traición moral a quienes de hecho viven bajo este régimen brutal», leyó Watne. Ignora el presidente del Comité Noruego hasta qué punto sus palabras consiguieron por un momento restituir la cordura y la calma de quienes siempre nos hemos sentido incomprendidos en el viacrucis de explicar cómo desaparece una democracia. Gracias, señor Jorgen Watne, por su lucidez.





