Tras las elecciones, los candidatos dejan su identidad y se convierten en títeres del partido y los intereses que los respaldan. En este nuevo Congreso, debemos ser críticos y alzar la voz para ser la luz en la oscuridad que amenaza con prevalecer.
Publicado en: La Lista
Por: José Ignacio Rasso
Pasadas las elecciones, después de presumir la cara en espectaculares, marquesinas y redes sociales, los candidatos dejan atrás una carrera individual para convertirse en uno más de la manada.
Atrás quedaron las ideas “propias”, las historias de superación personal, los discursos valientes y los actos de empatía comiendo tacos en la calle con el pueblo. Hoy se deben al partido que los postuló, a intereses económicos, al crimen autorizado y a sus votantes. Es momento de pagar las deudas. Actuar como parte del rebaño parlamentario, no moverle ni una coma a las reformas que vienen con la venia presidencial y hacer de la política un circo. Inicia funciones un nuevo Congreso.
Por experiencias pasadas se sabe que algunos políticos, recurrentemente, son títeres que se diluyen en decenas de personajes donde no se sabe si habla la persona que fueron, la que son, la que les gustaría ser, la que otros esperan que sean o la marioneta a la que alguien más les da vida. Pocas veces actúan por convicción personal.
Escondidos entre mil máscaras ya no se reconocen, no son más que el eco de quienes les dictan lo que deben legislar, lo que deben decir, lo que deben votar. Son un medio para llegar al fin, un mensajero y nada más. Son la extensión de quienes los quieren ahí sin cuestionar y sin criterio. Son los facilitadores de la aniquilación de los órganos autónomos, los que avalan la militarización, los que legitimarán la destrucción judicial. Son la triste realidad que nos representa.
Son una legislatura que arrastrará el karma de la sobrerrepresentación que calla muchas voces que votaron distinto a la mayoría, pero que también representan a millones de personas que siguen creyendo que el movimiento obradorista es la solución a los problemas.
Remar contra estos hechos sin quitarnos la venda de los ojos no solamente acabará con nuestra energía, sino que nos mantendrá reciclándonos en nuestros propios lamentos. Debemos aprender a vivir bajo un poder casi absoluto, a ser cronistas del México que hemos construido y entender al país que votó por la opción para gobernarnos, aunque para muchos analistas se trate de una apuesta altamente riesgosa.
Buscar la forma de ser críticos y propositivos, ser un dique que alce la voz ante el abuso de poder, ser quienes exijan una oposición madura, ser la llave que facilite el paso a las ideas sensatas, ser la marcha en la calle, ser la pancarta incómoda, ser la pluma que argumenta.
No pretendo convertirme en un activista en defensa de las cúpulas de los partidos de oposición que no me representan, al contrario, pienso ser honesto con mis ideas, con mis reclamos, con mis causas y con un centro ideológico que parece olvidado.
No seré parte de la corte de aplaudidores que traen las alabanzas grabadas a cambio de un puesto, no buscaré la aprobación de la presidenta de Palacio Nacional ni la compra de impunidad a cambio de silencio, pero tampoco seré carne de cañón para salvarle el pellejo a una clase política que tan solo ve por sus propios intereses y que se opone, por acto reflejo, a cualquier propuesta del nuevo gobierno.
Los dados están lanzados, la suerte está con los ganadores, los curules ya están asignados y un nuevo orden marcará el paso. Habrá que estar atentos ante la opacidad, la manipulación y los excesos, porque a pesar de que algunos lo definen como un eclipse pasajero, si nos mantenemos callados, se puede transformar en una larga noche.
Habrá que darle espacio a las voces que piensan distinto, a los riesgos latentes y a las minorías. Habrá que ser responsables de nuestros datos y palabras. Habrá que ser la luz en esta oscuridad.