Herida de muerte – José Ignacio Rasso

En la jungla salvaje de desinformación en la que participamos, la verdad queda herida de muerte con nuestras palabras.

Publicado en: La Lista

Por: José Ignacio Rasso

La semana pasada tuve la fortuna de ser invitado a un ejercicio para crear preguntas, para entablar una reflexión con nuestros propios fracasos como comunicadores, para generar una lluvia de dudas acerca de las posibles razones por las que en México solamente 35% de la ciudadanía cree en los medios de comunicación y así, buscar distintos caminos, dejar pistas en el aire y explorar posibles soluciones a este remolino de falta de credibilidad, desinformación y propaganda que está hundiendo al periodismo.

Como en la mayor parte de estos encuentros, uno suma sus tropiezos y atrapa las dudas de los otros. Me fui sin respuestas, cargando nuevos cuestionamientos y con una avalancha autocrítica que me provocaba una urgente reflexión:

Si hoy somos muchos los que nos quejamos del poco o nulo eco que tienen nuestras voces, habrá que preguntarnos ¿cuál ha sido nuestra aportación para este desencanto? ¿cuántas de nuestras palabras son peso muerto, carga, lastre, ruido blanco que desaparece o un dardo sin rumbo?

Las redes sociales les han dado vida a las palabras de todos, pero han atropellado al periodismo. Hoy podemos ser parte de la discusión pública a cualquier hora, desde cualquier lugar y sin ninguna acreditación colgando del pecho. No se necesita un periódico impreso, un foro de televisión o ser parte del círculo rojo, todos y todas podemos hablar, escribir, gritar, insultar y calumniar sin mayor reparo que nuestra conciencia.

Esto nos hace corresponsables directos de la fosa que le estamos cavando a los hechos, a las investigaciones profundas y a la verdad. Huir de esta responsabilidad nos hace cómplices de quienes lucran con la posverdad, los otros datos y la mentira.

Es cierto que la mayoría de los columnistas de opinión, youtubers, influencers y tuiteros no son periodistas en el sentido estricto de la palabra, pero no debemos huir al compromiso de buscar la verdad sin responder a intereses oscuros y mucho menos elevar la temperatura de la discusión pública para quemar la credibilidad y las plumas de los verdaderos profesionales de la información, académicos, activistas e investigadores.

Para nosotros es muy fácil usar el adjetivo incendiario y atrapar lectores desde la comodidad de un escritorio. Es muy sencillo buscar el ángulo que llame la atención sin pensar en evadir las balas o sin la preocupación de no regresar a casa. Nos es muy fácil escribir con las manos limpias cuando no nos hemos ensuciado escarbando por encontrar la verdad. Señalamos a diestra y siniestra como se cuentan cabezas de ganado, desde el lado seguro del corral, despreocupados, dominantes y soberbios.

Tener una columna de opinión, escribir en redes sociales, grabar un podcast o participar en un canal en YouTube, no nos da una carta abierta para viralizar mentiras. No es válido tirar la piedra para encender el avispero y esconder la mano en una malentendida libertad de expresión. No tenemos el derecho para matar con declaraciones infundadas. No existe licencia para noticias falsas.

El uso de nuestros espacios debería ser la oportunidad de contribuir a una mejor conversación pública de forma responsable, informada y reflexiva. Hagámonos responsables.

Las conclusiones apresuradas ponen en riesgo a los reporteros y a las verdaderas víctimas. Los arrebatos desde el anonimato bloquean las investigaciones profundas y el crecimiento del periodismo militante se convierte en propaganda.

No seas parte de la estigmatización que tiene en el paredón al periodismo, porque en la jungla salvaje de desinformación en la que participamos, la verdad queda herida de muerte con nuestras palabras.

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Post recientes