Publicado en: Milenio
Por: Irene Vallejo
En medio de este gran desbarajuste, furiosos por las injusticias, nos desahogamos contra la política. Ejercemos lo que Franco Battiato llamaba “el placer de sentirse juntos para criticar”. Cada vez más gente en la cansada Europa —y en los Estados Unidos, al parecer siempre jóvenes—, se declara “antipolítica”. También podríamos proclamarnos antioxígeno, pero seguiríamos respirándolo. Política es todo, política somos nosotros: lo que compramos y nuestro modelo de consumo, las condiciones laborales que hay detrás de la ropa que vestimos, el colegio de los niños, encender o no la televisión, las causas que apoyamos, los sentimientos nacionalistas, la mentalidad cosmopolita.
La palabra “idiota” se refería en origen a este debate. Así llamaban los griegos a los ciudadanos que se desentendían de los asuntos públicos, refugiándose en sus intereses privados. Para Aristóteles, un idiota es quien se queda en su casa y deja que gobiernen los bandidos. Definía al ser humano como “animal político” y la política como la capacidad de cooperar persiguiendo fines comunes. Afirmaba que construimos el Estado por dos vías principales, la educación y la constitución —es decir, las leyes que nos afectan a todos. Cuando vivimos juntos, participamos en política queramos o no, por acción o por omisión. Pero si abundan los idiotas, suben al poder quienes se las saben todas.