Publicado en: The Objective
Por: Andrés Miguel Rondón
“Dios ha muerto… nosotros lo hemos matado”, con esta famosa frase empieza el Dr. Peterson su clase. “Muchos se equivocan al pensar que esto lo decía Nietzsche alegremente. Todo lo contrario. Él sabía que el vacío de Dios lo tendría que ocupar alguna ideología de segunda mano, como el marxismo o el fascismo. Nietzsche, al igual que Dostoievski, fue el gran profeta de los baños de sangre del siglo veinte…”. Las ideologías totalitarias, al igual que las religiones –y los populismos, agregaría yo– buscan darle significado a la vida de sus seguidores. Premisa número uno. Dos: el ser humano, siempre y en todos lados, está en una constante búsqueda de significado. Tres: por eso es él mismo, como especie, el que inicia el ciclo y en cualquier sitio que lo busques, en Mesopotamia, en Egipto, en Borneo, en la Unión Soviética, lo encontrarás pintándose la cara, rezando, construyendo un altar o una tarima, adorando dioses o utopías que nacen precisamente de estos anhelos de su ser.
¿Qué dicen estos dioses de nosotros mismos? ¿Por qué se parecen tanto entre sí, a pesar de los años y las distancias geográficas? ¿Acaso no indican, en su misterio, en sus rimas, algo más profundo, oscuro y veraz de nuestro ser? Estas son preguntas que llevamos, desde Jung, casi cien años sin hacernos. ¿Por qué? Pues porque llevamos casi cien años bajo el yugo de estas ideologías, debe ser. La mía es apenas la primera generación universitaria que no tiene opción en el menú de las utopías. El marxismo también ha muerto, nosotros lo hemos matado. Lo único que se nos ofrece es lo que Peterson llama el “postmodernismo”: la idea de que todo es un constructo social, incluyendo nuestro género, la distribución jerárquica de la sociedad, la historia y sus creencias religiosas; que los que están en el poder lo están a punta de pura maldad, que a mí me define primero mi identidad tribal (blanco, latinoamericano, hombre) y no mi individualidad, que por tanto soy parte de una dicotomía: opresor u oprimido; que la verdades de la vida son, como los libros, subjetivas, interpretables y hasta ridículas, vacías de todo significado no solo hoy sino también ayer.
Esta visión del ser humano (complejo, contradictorio, místico, y universal) no es nueva pero sí es fresca. Una bocanada de aire entre tanto nihilismo, Peterson retoma la pluma donde la dejaron Jung, Nietzsche y Dostoievski. En este sentido su trabajo es irreprochablemente el de un filósofo; el primero, quizás, del siglo veintiuno. Pero es también el de un psicólogo clínico, un doctor de Harvard, un académico que argumenta lenta y cuidadosamente, que busca convencer y no convertir a su audiencia. Las incógnitas que desmenuza son las más importantes de nuestra civilización. Por mucho tiempo hemos intentado responderlas viendo hacia afuera, con modelos macroeconómicos (homus economicus), panfletos partidistas (homus sovieticus) y creencias chatarras (homus trumpistus) que dibujamos en la arena y que rápido se las lleva el mar. Peterson, al igual Jung, no se rinde ante el postmodernismo y continúa la búsqueda, mirando hacia adentro. Explorando nuestro inconsciente, nuestro sufrimiento, nuestros dioses y demonios, nuestras ambiciones de heroísmos trágicos, de historias que tengan sentido, de narrativas de vida, en la esperanza de que quizás allí, o mejor dicho aquí, encontremos nuevas y más sólidas respuestas.
Los medios comunicación tradicionales, postmodernistas accidentales, están teniendo problemas con Peterson, en particular por sus argumentos sobre los géneros (los cuales no son sino la punta del iceberg de su filosofía, y la verdad sea dicha de lo menos interesante que dice). Lo tildan de machista, darwinista, filósofo del alt-right , a pesar de que en términos nada inciertos se ha deslindado de cualquier activismo de extrema derecha, que entre sus seguidores se encuentran muchos transgéneros, que en su vocación por describir lo que ‘es’ y no lo que ‘debe ser’ no hace juicio moral ni planteamiento político alguno. Que el tipo, lejos de ser un pastor televangélico o un extremista campestre, es además canadiense, cordial, argumentativo, urbano y cosmopolita como cualquiera de nosotros. Por eso solo puedo recomendarles que vean alguno de sus videos antes de dejarse llevar por las opiniones de los titulares que les aparecerán en Google. Sus ideas hay que tomarlas en serio y escucharlas atentamente. Así podremos empezar, por fin, debates nuevos y fecundos.