La delgada línea obradorista - José Ignacio Rasso

La delgada línea obradorista – José Ignacio Rasso

Porque a pesar de que la sombra y el eco de López Obrador la siga a todas partes, es ella la nueva presidenta de México, es Claudia, siendo Sheinbaum, con nombre y apellido.

Publicado en: La Lista

Por: José Ignacio Rasso

López Obrador parece que se fue, pero el obradorismo, como movimiento político y social permanecerá. La inercia, el nepotismo, la fuerza de su base, la esperanza y los intereses que controla lo mantendrán vivo.

Ser obradorista se convertirá en el mantra que repetirán los funcionarios y militantes cuando se sientan acorralados. Gritar ¡viva la cuarta transformación! será el aplauso garantizado al terminar un discurso vacío. Entonar “es un honor estar con Obrador” se convertirá en el velo perfecto que esconda las mentiras y la frase preferida para purificarlos del pasado.

Seremos testigos de una competencia constante para demostrar quién es más obradorista que el otro, quien es socio fundador, quién tiene un Amlito en su cama, quién sabe cuál es su comida favorita o quien es un converso tardío.

Lo importante será ser parte del club, ser aceptado como uno de los suyos, salir en la fotografía y poder presumir el número de marchas y plantones en los que participó. Demostrar su valía. Porque el poder es el cemento que une a la clase política, a los intereses económicos y al crimen organizado, y hoy, Morena, como embajada del obradorismo, tiene mucho poder.

Por eso veremos filas de empresarios acercándose a los nuevos contratos del gobierno; por eso los diputados, presidentes municipales, gobernadores y senadores lanzarán vivas desde la tribuna; por eso todos quieren demostrar su sacrificio, su subordinación, su linaje obradorista y su gran compromiso por la causa, porque si de algo podemos estar seguros, es que se ha consolidado una nueva oligarquía reinante y una vieja pandilla de rémoras del poder.

En este contexto, Morena y Claudia tienen que ser muy cuidadosos, porque, así como en México hay más guadalupanos que católicos, en Morena hay más obradoristas que militantes. La lealtad está con el líder que se fue, con las bondades que recibieron y con los huesos que queden por repartir, no con el color guinda de sus chalecos ni con la inquilina de Palacio Nacional.

Gobernar en esta realidad será el mayor reto que enfrentará la presidenta de México, porque a pesar de que la resaca por seguir culpando al pasado jale fuerte y siga dando frutos, su aprobación estará ligada al espejo que deja el narciso.

Esto lo debe tener claro, porque, aunque siga tomando decisiones populistas, aunque tenga que usar la carta de un nuevo aumento al salario mínimo, aunque busque ser diferente e intente ponerle sello propio a su administración, la comparación y el eco de las mañaneras de López Obrador la seguirán en los pasillos, en los templetes y en las voces de los millones de obradoristas que continuarán venerando a su antiguo salvador. La presión no es menor.

Por otra parte, no podemos ni debemos seguir hablando de López Obrador como el tomador de las nuevas decisiones, la responsable es y será el gobierno de Claudia Sheinbaum, con sus karmas, virtudes, errores e inercias heredadas.

No le quitemos la responsabilidad de las decisiones que tome, de las batallas que ha decidido emprender en contra del Gobierno de España, de las reformas constitucionales, del militarismo, de la transición energética, del apoyo a las causas feministas, de la forma de enfrentar la crisis de inseguridad, de visitar las zonas afectadas en Guerrero, de recibir a las madres buscadoras o del rumbo que tome el país de aquí en adelante.

Porque a pesar de que la sombra y el eco de López Obrador la siga a todas partes, es ella la nueva presidenta de México, es Claudia, siendo Sheinbaum, con nombre y apellido.

 

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