Por: David Smolansky
Cuando visito el puente internacional Simón Bolívar es lo mas cercano que puedo estar a mi país. Soy uno mas de esos casi 5 millones de refugiados venezolanos que están desparramados por el mundo reinventándose lejos de su familia. Pensé que después de visitar por primera vez ese puente, mis próximas visitas me impactarían menos, pero resultó ser todo lo contrario. Ancianos en sillas de rueda buscado en Cúcuta medicamentos, mujeres embarazadas desesperadas por dar a luz en el Hospital Erasmo Meoz, jóvenes con el estomago ardiendo por la desnutrición y adultos con los ojos rojos del llanto por no tener a sus hijos por el destierro. En simultáneo, leo mensajes en redes sociales, reportajes y noticias de una supuesta recuperación económica gracias a los bodegones y otras cosas. A Caracas la quieren convertir en la gran burbuja. No es algo nuevo. Teheran, Damasco y La Habana también tienen las suyas. Mientras algunos hablan de una posible recuperación económica, el país se va vaciando. Si usted quiere evidenciar el horror de vivir bajo la tiranía de Chávez y Maduro, vayan a Cúcuta para que vean a 40 mil venezolanos cruzando a diario ese puente para buscar desde el arroz hasta jabón o visite Boa Vista en Brasil y vea a los niños indígenas desplazados en campamentos de refugiados por el conflicto armado en el estado Bolívar.
La única solución para recuperar verdaderamente la economía y, sobre todo, frenar este deslave humano es desmantelar el estado criminal que representa la tiranía de Maduro, donde todas las opciones legítimas de protección que permita la legislación internacional sean consideradas, para proteger la vida de millones que corren peligro por la violencia generalizada, la persecución y la falta de alimentos medicamentos. De lo contrario, en 2020 podrá haber mil bodegones, pero también seremos al menos 7 millones de refugiados superando a Siria.
