La lucha es entre un gobierno que quiere dejar un legado de percepciones en contra de una sociedad que evidencia la destrucción que ellos representan.
Publicado en: La Lista
Por: José Ignacio Rasso
En este espacio hemos comentado la obsesión que tiene López Obrador por quedar grabado en los libros de historia encumbrando épicas batallas contra conservadores y neoporfiristas, contra jinetes innombrables y molinos de viento.
En sus discursos ha buscado articular frases grandilocuentes que enaltezcan el busto que sueña encontrar en Paseo de la Reforma. Dichos repetitivos que se queden en la memoria del pueblo y luchen contra la realidad que lo contradice, porque ahí, en la realidad, están las evidencias que lo harán perder el juicio de la historia.
Ahí están los videos, las grabaciones, el periodismo y las muertes. Ahí están las pruebas, la falta de vacunas, el desabasto de medicinas, el ataque a las instituciones, la destrucción del sistema de salud y el despilfarro del presupuesto público.
Ahí están las madres buscadoras marchando con picos y palas. Ahí están los militares acumulando poder. Ahí están los vínculos con el crimen organizado. Ahí están las extorsiones. Ahí están los desplazados. Ahí está el epitafio de su transformación.
Por eso le duele la huella que quede en las redes sociales y el eco que crece cada día en las calles y lejos de nuestras fronteras. Porque ahí no serán las loas de su corte de aplaudidores quienes escribirán la nota, todo lo contrario, ahí serán los testimonios de violencia, mentiras, manipulación y siembra de odio quienes dejen constancia de lo que aquí realmente sucedió.
Un movimiento que quedará manchado por lavado de dinero, financiamiento ilícito, nepotismo y la permisividad frente a la delincuencia organizada. Un sexenio escrito con tinta indeleble de sangre.
Por eso es importante que, ante la tragedia de la indiferencia y la posverdad, sean las voces y los datos los que escriban la historia. Sean las denuncias las que luchen contra la impunidad. Sea la intolerancia publica la que derrote la banalidad de la corrupción y sea el voto quien cambie el futuro.
Porque en una sociedad que sufre la herida de la normalización de la tragedia, es responsabilidad ciudadana no acostumbrarse a la violencia como un hecho cotidiano. Es labor de todos y todas no quedarnos tranquilos con la no rendición de cuentas, la opacidad y la falsa autoridad moral de quienes infringen la ley con descaro.
No podemos permitir que las tragedias se traspapelen, que una atropelle a la otra y se apilen como cuerpos en fosas clandestinas enterrando la indignación colectiva. No debemos acostumbrarnos a vivir en el cementerio de malas noticias que nos hemos convertido.
Las posiciones están claras: La lucha es entre un gobierno que quiere dejar un legado de percepciones en contra de una sociedad que evidencia la destrucción que ellos representan.
Para ganar este enfrentamiento de narrativas, lo primero que debemos vencer es la tragedia de la indiferencia frente al escándalo.