Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Por un tuit que puse en días pasados, entré sin percatarme del todo en una polémica con el prestigioso profesor Fernando Mires. Estamos hablando de un pope con raptos de infalibilidad, que comenzó como historiador allá en su Chile natal y hoy es catedrático en la Universidad de Oldenburg, Alemania. Mires se exilió en ese país en 1973 tras el golpe de Pinochet y por el camino visitó con frecuencia a Venezuela, interesándose mucho en su endiablado proceso político, hasta que por allá en 2008 el régimen chavista lo maltrató en el aeropuerto de Maiquetía y no regresó. Volviendo a mi tiroteo con él, lo que había empezado como un debate agrio aunque civilizado, pronto se volvió un asunto personal. Me llamó imbécil y descubridor del agua tibia –creo que no sobra redescubrirla con frecuencia– y aseguró que la gente en Colombia no me quiere. Snif.
Mires es el más visible adalid de un grupo al que podríamos llamar los fundamentalistas del voto. Según ellos, no existe (¿casi?) ninguna elección en la que no sea obligatorio participar. Parten, para el caso venezolano, de un hecho cierto y doloroso: la abstención de la oposición en 2005 le entregó la Asamblea Nacional a Chávez, entonces muy fuerte y dueño de una chequera colosal. A partir de ese momento el régimen desmontó literalmente la división de poderes en el país, al tiempo que seguía celebrando elecciones.
El fenómeno de las “democracias” no liberales es relativamente reciente. Fue bautizado con ese nombre por Fareed Zakaria en un artículo de Foreign Affairs en 1997. Sus practicantes, entre quienes se destacó Hugo Chávez, no lo han terminado de inventar. Tanto que, debido a grietas internas, ya en tiempos de Maduro los chavistas perdieron unas elecciones cruciales, las de la Asamblea Nacional en 2015. Aceptada a regañadientes la derrota, fue quedando claro que el régimen y sus cómplices no pensaban volver a perder nunca una elección importante y hasta ahora van cumpliendo. No las cancelan, así jueguen con las fechas como les viene en gana, sino que inclinan el campo de juego a su favor a tal punto, que ganar se vuelve imposible para la oposición.
Aclaro que hasta las elecciones para gobernadores de octubre de este año yo pensaba, al igual que Mires y compañía, que a la oposición le convenía participar en ellas, a pesar de las trampas evidentes. Hoy tiendo a creer que la posibilidad de una salida electoral en Venezuela ha dejado de existir por bastante tiempo. En particular las elecciones presidenciales de 2018, con los partidos y candidatos significativos de oposición inhabilitados y todo lo demás en favor de Maduro, son una invitación a mamá gallina para que asista a un sancocho.
Pero Mires y su grupo insisten en que votar es un deber. ¿Incluso cuando una dictadura hace una ensalada con tu voto? No estoy de acuerdo. Votar es un instrumento político, no una entelequia moral; tal vez sea un deber cívico en una democracia, no bajo una dictadura.
Decía atrás que el modus operandi de las dictaduras electorales todavía se está inventando. Pues bien, pasa lo mismo con las formas de enfrentarlas. La lucha armada obviamente no es viable, así algunos desesperados lleguen a considerarla. La crisis de la deuda, por ejemplo, podría tener efectos demoledores para el régimen madurista en los próximos años. Igual, a diferencia de los infalibles de arriba, yo no tengo fórmulas. Habrá que ensayar nuevas formas de lucha.