No puedo hablar, pero callar sería un acto de complicidad con quienes han asesinado, robado y ultrajado al pueblo
Publicado en: El País
Por: Karina Sainz Borgo
Debería ser capaz de explicar cómo un país democrático se transformó en un régimen totalitario. Debería hacer comprensible un diagrama sobre cómo una economía basada en el petróleo acabó desmantelada por un Estado autoritario. Tendría que estar capacitada para explicar cómo un gobierno se volvió contra quienes lo eligieron, cómo un militar populista como Hugo Chávez designó en su desaventajado sucesor Nicolás Maduro al más mediocre y sanguinario de los delfines y, peor aún, cómo es que éste aspira a ser electo por tercera vez cuando nueve millones de venezolanos han abandonado su país y cientos de presos políticos permanecen en las cárceles sin juicio o defensa alguna.
Basta que uno, requerido a decir, se obstine en callar, dice Juan Mayorga. Yo no puedo hablar de Venezuela. No de manera normal, no sin arrancar, no sin demoler, no sin la contradicción que supone sentirse un desertor y un expulsado. No sin ofender a quienes están allí, partiéndose la cara, o a los que están fuera, partiéndose el lomo. Yo no puedo hacer un análisis, no puedo meterme -sin herir y sin herirme- en las tripas de un país que he dejado hace ya casi veinte años y que no piso desde hace doce. No puedo hablar, pero callar sería un acto de complicidad con quienes han asesinado, robado, saqueado y ultrajado al pueblo venezolano.
Callar sería una forma de impunidad para aquellos que destruyeron y separaron familias; para los que torturaron, violaron y asesinaron estudiantes, madres, hermanos, primos, esposos, hijos; para los que escupieron y profanaron las tumbas de las víctimas, e hicieron envejecer y enloquecer a nuestros padres en el exilio, porque les quitaron todo, hasta la cordura. Callar sería indultar a los que devoraron el trabajo de generaciones y generaciones con una inflación galopante; a los que abusan con la venia de una izquierda inmoral representada en José Luis Rodríguez Zapatero y Juan Carlos Monedero, a quien he visto bailar junto a Maduro con la euforia de un bufón.
Yo no puedo hablar de Venezuela, pero he visto cómo un país se transforma en un matadero y cómo los hombres y las mujeres transpiran desesperación buscando futuro. Los he visto vender el pelo en los años más duros. Los he visto llorar y hasta quitarse la vida. Los he visto reinventarse. Los he visto aceptar la derrota a cambio de tranquilidad. Porque el desgarro es grande y si te mueves, duele más. Yo no puedo hablar de Venezuela, pero sí reconocer cómo a pesar del miedo, del hostigamiento, de las amenazas, de la precariedad, de la pobreza y del desorden, millones de venezolanos se levantan y acuden a sus centros para ejercer el voto por un candidato llamado Edmundo González, porque el gobierno de Maduro inhabilitó a María Corina Machado, incumpliendo los acuerdos de Barbados.
Los venezolanos hace mucho que saben que no cuentan con nadie más, sólo con ellos mismos. A punta de sufrimiento, rabia y atropello han entendido que nadie va a resucitar a sus muertos ni reparar a los cientos de personas asesinadas y torturadas primero por Hugo Chávez y luego por Maduro. Los venezolanos han comprendido que la alegría que les fue confiscada y arrancada como uñas a la carne viva les pertenece. Saben que corren el altísimo riesgo de volver a ser machacados. Los miro con temor, pero también con orgullo, porque a pesar de todo, aunque exhaustos, los países son valientes y las sociedades no pierden del todo el juicio. En una nación que merece retoñar cualquier intento por un cambio es tan suicida como permanecer inmóvil. Tarde o temprano irán a por todos.
Este viernes, el régimen de Nicolás Maduro expulsó y deportó a una comisión de políticos españoles, a varios expresidentes latinoamericanos y observadores independientes. Cuanto más se pudre, más fuerte golpea ese monstruo. Tienen que pasar estas cosas para que el mundo entienda y se dé cuenta de que ahí donde Josep Borrell decía diálogo en realidad clamaba rendición y humillación. Hoy habrá elecciones en Venezuela, el primer y más remoto paso para refundar una democracia arrasada. En esa tarea los venezolanos solo se tienen a sí mismos. A nadie más.