Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
El dictador Nicolás Maduro se está quedando más solo que un fantasma sin su sábana.
A la hora de escribir esta columna, casi todos los mandatarios de este lado del mundo, salvo Andrés Manuel López Obrador, han condenado las tropelías cometidas por el chavismo contra las Corinas, primero María Corina Machado y después Corina Yoris. Petro, el de Colombia, y Lula, el brasileño, ya sacaron la maleta, entendiendo sin duda que de nada les sirve abrazar al “capitán” suicida de un barco que se va a pique. El mensaje implícito del sátrapa venezolano es: “a ver, compadres, no es a ustedes a quienes van a agarrar como a Alí Babá con todos sus botines en medio de una caravana de camellos, que todavía no arranca”. Plata es mucha la que tiene Maduro disponible. No en vano el chavismo “desapareció” del mapa 350 mil millones de dólares, si no más, en los años en el poder. Claro, una cosa es cometer una serie de delitos espectaculares contra el erario de un país y otra tener adónde hacer las fiestas posteriores. En el mundo de hoy, don Nicolás tendría que buscarse un cuchitril de lujo en una satrapía africana o de repente en Nicaragua, pues en los países presentables del mundo, la ley le echaría el guante tarde o temprano, como le pasó a Pinochet en su momento.
No hay tal de que Maduro esté montado en una ola ganadora, como lo aseguran algunos corresponsales extranjeros, muy en particular los muy despistados que escriben en El País de Madrid. Lejos de. Dada la forma de ser del régimen, su naturaleza, sin un sólido partido de respaldo, la sustitución de Maduro en el poder, por quien sea, de todos modos causaría un posterior derrumbe. Eso hay que entenderlo. Pese a lo que dicen algunos por ahí, el putinismo a la venezolana es poco probable. Maduro podría intentar algo en ese sentido; otro cantar es que se salga con la suya.
El largo aprendizaje de la oposición venezolana –en realidad, de las oposiciones– les ha enseñado que es indispensable participar en los comicios, así la cancha esté cada vez más inclinada en favor del gobierno. ¿Por qué? Porque ante un rechazo demasiado fuerte de la población, el régimen aun así puede perder, salvo que intente un fraude colosal, que en esos casos siempre se nota.
Hay que decir que los vasos comunicantes abiertos por las redes sociales permiten –de nuevo, a menos que Maduro las cierre del totazo– que la información fluya, así que si las Corinas imparten unas instrucciones precisas para las elecciones, es bastante probable que la mayoría de la población las siga. Sobra decir que no van a dejar que ninguna de ellas figure en el tarjetón para las elecciones del 28 de julio, al menos no a las buenas. Igual, eso no garantiza que los resultados favorezcan a Maduro. ¿Qué tal, por ejemplo, que alguien como Manuel Rosales, guste más o guste menos, salga ganador? ¿Qué hace el régimen ante una decisión que de todos modos implica un cambio en la cabeza del Estado?
En fin, yo quiero ver las cabriolas que harían los periodistas más o menos entregados de ciertos medios internacionales cuando pase algo que no tienen previsto y así más de media oposición esté en la cárcel en ese momento. Ni siquiera una aventura loca en Esequibo alcanza para salvar al régimen. Lo dicho arriba. María Corina y sus allegados parecen haber entendido bien su naturaleza, imposibilitada de cambiar o de aceptar cualquier cosa que no sea el “triunfo” total. Ahí está el detalle.