Publicado en: Frontera Viva
Por: Tulio Hernández
Leonardo Padura es, sin duda alguna, uno de los grandes escritores cubanos del presente. Irrumpió en el escenario internacional en el año 2009 sorprendiendo a los lectores con El hombre que amaba los perros. Una novela que de inmediato se convirtió en internacional y arrollador éxito editorial.
La novela, que tiene como eje narrativo la acontecida historia del asesinato en México de León Trotsky a manos de Ramón Mercader, un militante comunista catalán, es en el fondo una radiografía de las miserias morales y las perversiones éticas de los regímenes comunistas y sus aparatos y métodos de represión.
Al mismo tiempo, se trata de un paseo, hecho con cierta naturalidad colateral, por las privaciones de la vida cubana en los años contemporáneos a la escritura de la novela. Una obra demoledora. Si algún lector guarda todavía alguna simpatía con las utopías comunistas, esta lectura se las pulveriza para siempre.
Padura, quien además de numerosas novelas ha escrito un excelente libro de ensayos sobre el fenómeno de la salsa –Los rostros de la salsa, se titula–, ha estado presente por estos días en el Hay Festival de Cartagena, un evento literario que año a año reúne grandes escritores de éxito internacional.
En medio del evento, la periodista Paula Rosas le ha hecho una entrevista publicada el pasado 27 de enero en el portal de la BBC News en español. La leí con mucha atención. No solo porque desde que apareció El hombre que amaba los perros, trato de seguirle la pista como autor. También porque Padura es uno de esos casos particulares de escritores que, aun siendo críticos con el régimen, tanto en sus obras como en sus declaraciones, siguen viviendo, sin embargo, en Cuba, entran y salen con frecuencia, pero son “cuidadosos” con el tono y contenido de sus opiniones.
La entrevista contiene entre líneas ricas ideas que vale la pena resaltar porque de alguna manera iluminan zonas muy oscuras de lo que ocurre en la sociedad cubana que —por conocidas— algunas veces olvidamos y, ahora, leídas por un venezolano, nos ayudan también a comprender el agotamiento anímico que en el presente pareciera acelerar la resignación política en nuestro país.
Resalto tres. Primera: la relación oscilante entre pesimismo y optimismo. En una frase que recuerda los jugueteos verbales de su coterráneo Guillermo Cabrera Infante, Padura ante una pregunta de la periodista declara: “Yo, los lunes, los miércoles y los viernes, soy optimista. Los martes, los jueves y los sábados, soy pesimista. Y los domingos descanso. Hay días en que creo que es posible y días que siento que es imposible!”. Al cambio político, obviamente, se refiere.
Y, allí, entra la segunda idea que quiero resaltar, la del control social. “En los sistemas socialistas, el control es una realidad, una práctica sistémica”, advierte. El control social de alguna manera marca el ritmo optimismo-pesimismo. Para ilustrar el optimismo, recuerda las protestas del 11 de julio de 2021, que llenaron de esperanzas a los cubanos ante un posible cambio —una apertura democrática— del régimen. Y paso seguido advierte el pesimismo que se ha generado luego de que las protestas fueron controladas, muchos participantes detenidos, procesados y condenados con penas descomunales que sintetizan la advertencia: “Si esto vuelve a ocurrir, mira lo que le pasó a los que ya lo hicieron”.
Entonces, continua Padura, sobrevino una ola de desencanto y de pesimismo que ha generado la más grande crisis migratoria ocurrida después de la revolución. Ya han salido de la isla un cuarto de millón de cubanos. “Es una sangría que no para, porque la gente ya no confía en que las cosas pueden mejorar en un sentido social, en un sentido general, y están buscando soluciones individuales para sus necesidades”, agrega el entrevistado.
Y allí llegamos a la idea, la tercera en mi subrayado, del “cansancio histórico”, manejada por su personaje recurrente Miguel Conde en La neblina de ayer. El cansancio de “vivir en la historia” y la necesidad de vivir en la normalidad. Es decir, pasar de vivir en medio de movimientos supuestamente trascendentales —revoluciones, contra revoluciones, invasiones, exilios, migraciones, resistencias, represiones— a vivir con un mínimo de sosiego interior y exterior.
Y esa necesidad de normalidad tiene diversas expresiones, es mi interpretación de lector.
En un extremo, la práctica resignada de la autocensura para no complicarse la vida personal. “Uno de los procesos intelectuales más lamentables a las que se puede ver sometido un artista, porque asumes el papel de los verdugos”, señala Padura. Proceso que explica porque “cuando el escritor tiene que realizar su obra a través de una institución cubana, no le queda otra que asumir, por lo general, una actitud de autocensura”.
En el otro extremo está la catarsis, la evidencia de que la gente en Cuba “haga tantas fiestas, consuma tanta música y si pueden traten de beber al menos un día todo el ron o la cerveza o cualquier cosa que aparezca”. Fenómeno que explica con una frase que me parece reveladora, “es que la gente necesita estar un ratito en estado de la felicidad”.
Los venezolanos sabemos exactamente qué significa el “cansancio histórico”. El drama que padecemos, ya casi por un cuarto de siglo, corresponde a un guion escrito a varias manos bajo la dirección de un dramaturgo cubano rojo. Conocemos en carne propia las ansias de normalidad, hoy vivimos la huida hacia las salidas individuales porque añoramos la necesidad de estar “aunque sea un ratito” en la felicidad. Y, algunos, seguimos atentamente las explicaciones de los cubanos lúcidos, porque —aunque no estamos en un modelo comunista— mientras ellos vienen, nosotros vamos. Ellos comenzaron en 1959. Nosotros en 1999. Solo nos faltan cuarenta años para alcanzarlos.
Pero quizás, para no perder la esperanza, debemos entender que la mejor explicación de Padura, es que los cubanos han vivido tanto –tanto, tanto– en la Historia, que ya necesitan, dice, “salir de la Historia y entrar en una coherencia que no hemos logrado tener”. Los venezolanos, también.
La entrevista a Leonardo Padura nos deja al final el amargo sabor de lo que ya estamos viviendo en Venezuela: una sociedad que vive rumiando amargura pero tiene que refugiarse en las pequeñas felicidades personales. No es para menos. El escritor que arriba a la edad de sesenta y ocho años desde los cuatro ha vivido en medio del “castro comunismo”.
Sin embargo, en un arrebato de esperanza, Padura cobra aliento y concluye: “Creo que habría que tener una actitud mucho más agresiva y, aunque la palabra esté bastante manida, utilizada y hasta devaluada, habría que tener una actitud revolucionaria, porque la revolución puede darle una vuelta a las cosas”.