Por: Andreína Mujica y Vicente Ulive
A inicios de este siglo, Venezuela comenzaría un giro en su historia: un militar tomaría las riendas del país por vía democrática. Al pasar una década, el país entero estaba recubierto de una inmensa imagen que bañaba los grandes edificios de la capital con el rostro del Comandante. En algún momento aprendimos que este “Comandante” era “eterno”: el padre inmarcesible de la Patria. El militar caminaba entre los mendigos y los vendedores ambulantes, comía empanadas en televisión, cantaba y bailaba. Era discusión diaria en hogares atomizados entre los clanes pro y contra. Hubo Montescos y Capuletos venezolanos. El Comandante lo abarcó todo, se le endilgaban todas las gracias y las desdichas personales. Así, la noticia de la enfermedad de Hugo Chávez en el 2011, mantuvo al país en vilo hasta su deceso en el 2013. Estos últimos días del Comandante, inicialmente bautizados como Patria o muerte (XI Premio Tusquets Editores, 2015) por su autor, Alberto Barrera Tyszka, ahora se presentan en la lengua de Baudelaire, por la prestigiosa editorial Gallimard.
El día se despierta soleado, una temperatura entre 8 y 12 grados hace que los parisinos se intercambien su mejor sonrisa primaveral. El escritor venezolano hace su entrada a una de las salas de encuentro para la prensa en la editorial parisina. Lo primero que pide es no ser tratado de usted. Tenemos poco tiempo y mucho que conversar; la pluma aguda y el análisis sin tapujos de Alberto nos da algunas luces sobre el acertijo en que se ha convertido el país.
P: Usted afirma en el libro que Chávez usó el humor para socavar el discurso político. El humor como forma discursiva, ¿es incompatible con el intercambio político entre dos partes que se quieren poner de acuerdo? Esa especie de cinismo que usó Chávez socavó las bases del arreglo político venezolano. Pareciera ser que mientras más dicharachero y echadores de broma son los pueblos, más dejan que los gobernantes hagan los que les da la gana.
ABT: El humor me interesa muchísimo porque habla de la venezolanidad, algo que Chávez entendió perfectamente. Cabrujas en un momento hablaba del difunto presidente Luis Herrera Campins como un gordito de Acarigua, al que le gustaban los torontos y que salía a la calle con unos redoblantes, con unos tipo vestidos de cosacos, y miraba a cámara como diciendo: «Yo no soy así, esto todo es una especie de representación que no somos nosotros». Chávez asumió que sí somos nosotros. Así, la solemnidad del poder la bombardeó totalmente. Se perdieron las formas. Cuando él fue y le dio una palmada al emperador japonés Akihito, la clase media se molestó y el mundo habló de sus malos modales, pero el pueblo estaba fascinado. Él decía, «yo soy así y no tengo por qué cambiar, que cambien los otros”. Eso acabó con todo, somos una sociedad que perdió las formas. Chávez concentró todo en él, concentró las formas en todos los sentidos. “Yo soy el gran patriarca que da la plata”, “destruyamos todos los protocolos”, “yo hablo nueve horas por televisión y todos se la calan”, y las cosas tienen que ser así, porque tù te diriges a mí dándome un papelito, sin formas”, así acabó con todo.
P: Efectivamente parece que todo se ha perdido, de lo que fuimos todo viene destruyéndose. De las formas, a las Misses, el mismo Sistema de Orquestas desvirtuado, las guacamayas que parecen ahora ser una invasión, no hay noticia que por buena que parezca no mute hacia el horror, todo lo que ha sido tocado por el chavismo se transforma en tragedia, en caos. ¿Cómo restituir las formas?
ABT: Esa es la fantasía restauradora, apagamos la luz y volvemos a 1997. Estos tipos son tan malos que mejoraron el pasado. Todos queríamos un cambio, la IV República era terrible pero el país ha regresado a lo peor del pasado: las masacres judiciales, las OLP… De las cosas que más me espantan del gobierno de Maduro, es que, después de 20 años y de 1000 millones de dólares, con tres millones de venezolanos afuera, con un país fracturado y dividido; aún creamos que eliminando al otro se acaba la enfermedad, el problema. Justamente, uno de los principales errores del chavismo fue ese, pero parece que vamos a seguir reproduciendo la no aceptación del otro como punto de partida para hacer un proyecto histórico excluyente.
P: Si el marco de referencia es los unos contra los otros, siempre se va a estar llenando la casilla «otro» con alguien: ahora son los chavistas disidentes, etc.
ABT: No podemos empezar la reconstrucción de un país bajo el principio de la pureza. Antes eran los «rojos rojitos», ahora vamos a ser los «azules azulitos»; siempre va a haber un principio de exclusión, justo lo que queríamos salir de la IV República. O sea el chavismo construyó un sistema feroz de exclusión. No vamos a salir de esto así, con más exclusión.
P: Respecto a lo que nos ha pasado como sociedad, cuando uno relee a autores como Tomás Eloy Martínez en Requiem por un país perdido se puede ver cómo lo ocurrido en Argentina se parece a nuestro episodio particular. Tal vez vernos en esos otros espejos nos ayude a orientarnos. Lo otro es sobre la fuerza de twitter, esta suerte de inquisición por medio de las redes sociales, ¿realmente influye en el pueblo?
ABT: No creo que tenga mayor fuerza en las mayorías, no están pendientes de eso. Ahora bien, se puede aprender de la historia ajena. Por ejemplo, un dato curioso que me comentó Miguel Ángel Santos, economista venezolano que trabaja con Ricardo Hausmann (NDLT: Director del Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard), me comentaba que se metió en una clase donde se relataba cómo había países que superaban las crisis y otros que no. Ahora bien, una de los principales características parece ser superar el resentimiento de los que se quedaron dentro del país con respecto a los que se fueron. En muchos países africanos, por ejemplo, la gente de afuera no regresa a reconstruir su país por miedo a ese resentimiento. Está demostrado en los casos de Argentina; Chile, Centroamérica: primero tiene que haber una negociación, después vienen los años de la verdad y posteriormente, llega la justicia. No hay otra manera. Es un proceso que está allí, es inevitable.
P: Marcela Said es una cineasta chilena que viene de ganar varios premios con su segundo largometraje «Mariana y los Perros». Trata sobre la burguesía chilena cómplice de la dictadura y el caso de un jefe de uno de los centros de reclusión. Al mencionarle el caso de Venezuela, ella saltó y respondió: «registren, registren todo, con fotos, papeles, testimonios, todo, porque vendrá la justicia un día, tarde, pero llega». Ahora los “otros” son los chavistas disidentes. ¿Llegará la justicia?
ABT: Hay casos que me interesan mucho, como el de Luisa Ortega Díaz. Tengo una parte de la familia que llamábamos los Tupac-Prados, por su belicosidad y donde vivían. Pues yo creo que no se puede hablar de un cambio para el país acabando con el otro lado, porque si no, no vamos a lograr cambio alguno. El diálogo se lleva a cabo para darle una salida al chavismo, porque sin eso, es imposible salir de ellos. Se tiene que llegar a acuerdos, se debe convivir con ellos, pero esto es difícil de aceptar. Sé que hablar de negociación es muy duro. El discurso de ellos es muy provocador y ese es el verdadero reto. Controlan todo e imponen la narrativa que les conviene. Muchas de las imágenes de la represión del 2014 han ido desapareciendo de las redes. Marvinia Jiménez, la señora que desfiguraron a cascazos, logró recientemente salir del país, pero escondida y clandestina.
P: A todas luces, el manejo comunicacional no ha logrado conseguir su camino por parte de lo que denominamos líderes de oposición. ¿Qué piensa usted del trabajo comunicacional?
ABT: Ahí es donde la oposición ha tenido sus mayores dificultades. El liderazgo de la oposición y su carencia de manejo del código popular es una de las cosas más trágicas de toda esta historia. Son como unos muchachos que no entienden a quien le están hablando. Capriles fue de los pocos que entendió que había que hablarle al chavismo para incorporarlo al cambio, pero aún así tuvo dificultades para interactuar. Era difícil enfrentarse al monstruo de Chávez y al dinero del petro estado. Así, creo que necesitamos una narrativa, una epopeya que conduzca a la oposición. Esta se construye desde el «yo», desde la persona, desde el candidato. Todos sabían que Chávez fue un arañero, por ejemplo, que vendía productos en la calle, que le gustaba cantar, etc. En Venezuela, eso es lo que moviliza. El aspecto mediático de Chávez también tiene que ver con eso.
P: Hay un gran problema en nosotros: los venezolanos sufrimos de arrogancia y carecemos de autocrítica. Ese discurso ridículo de que somos “el mejor país del mundo”, que tenemos “las mujeres más bellas” y “las mejores playas” es extremadamente pernicioso para un posible reconstrucción. Es no querer ver lo que somos y nuestras fallas. Por ejemplo, en Suiza no le dicen a la gente al nacer que tiene derecho a un tarro de Nutella y una barra de queso, pero en Venezuela todos creemos que somos dueños del petróleo y su riqueza, que ésta nos pertenece al nacer y que somos “ricos”.
ABT: Uno de los grandes aprendizajes que podemos obtener de este proceso es la experiencia como emigrantes, algo que los venezolanos no teníamos. Entre otras cosas porque estamos acostumbrados a esa mentalidad petrolera; lo que dice Maduro de las pocetas es perfecto, porque expresa nítidamente la sociedad rentista y petrolera. Es decir, aquí vienen a limpiar pocetas los portugueses pobres, los españoles, ecuatorianos, colombianos, peruanos; no los venezolanos, que somos “ricos”. Este difícil aprendizaje pone en crisis el cuestionamiento sobre qué somos nosotros. Prolonga la línea de reflexión en torno a la riqueza, según la cual no hace falta producir, sino repartir. Nuestra relación con conceptos como Estado, riqueza o trabajo, es totalmente distinto al resto de América Latina.
Hace su entrada el editor Gustavo Guerrero. Agradecidos con los dos por el tiempo que nos han dedicado, nos despedimos. Es tiempo de aprovechar los últimos días de frío y recibir la primavera, no árabe… y por ahora tampoco venezolana.