Publicado en: Milenio
Por: Irene Vallejo
Amamos la brevedad: las frases cortas, los mensajes escuetos, los aforismos en 280 caracteres de Twitter. Los textos veloces se adaptan a nuestra prisa, reflejan el vértigo de la fragmentaria vida moderna. El relámpago de un pensamiento plasmado en pocas palabras parece una forma de expresión rabiosamente actual, pero en realidad es muy antigua.
Los aforismos, como los refranes, nacieron antes de la escritura, cuando los conocimientos se comunicaban con la palabra hablada y su conservación dependía de la posibilidad de recordarlos. Las frases redondas, rítmicas y breves eran sabiduría portátil. Así expresaron sus ideas los primeros filósofos: todo fluye, nadie se baña dos veces en el mismo río. También los Siete Sabios dejaron un legado de máximas: no embellezcas tu aspecto, sé hermoso en tus actos; no te rías del desgraciado; la ganancia es insaciable; los malos son mayoría. Aquellas frases célebres se grababan en los muros del templo de Delfos igual que hoy cubren los muros de las redes sociales. Como entonces, pretenden ser textos irónicos, ingeniosos o provocativos. Pero la comparación arroja una curiosa paradoja: si en aquellos tiempos sin escritura la brevedad era vital porque había que confiarlo todo a la memoria, hoy resucita porque el volumen de lo escrito nos abruma. Para los griegos y para nosotros, las mejores máximas son mínimas.