Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Yo trato de ser equilibrado —de tarde en tarde incurro en alguna ironía o sarcasmo, que no suelen ser sangrientos—, pero en las redes sociales vivo metido en unas reyertas tremendas. Aunque algunas son con el uribismo, debo aceptar que últimamente involucran sobre todo a los populistas de izquierda. Sospecho que ellos viven pensando con el deseo. Más abajo una idea de por qué.
Iván Duque no era mi candidato ni es un presidente que me guste, si bien no deseo su fracaso rotundo y creo que, hasta ahora, ha respetado las reglas del juego, pese a que aquí y allá hace mala cara y sin duda desearía que las cosas fueran diferentes. No obstante, sus enemigos del extremo opuesto creen que es inevitable que el hombre incurra en abusos groseros. Un ejemplo sencillo es la ley de las TIC, que para bastante gente tiene implicaciones debatibles. Lo que no se puede decir es que haya sido aprobada mediante procesos arbitrarios.
Más trascendental es el debate sobre las Fuerzas Militares y la Policía, compuestas en Colombia por 440.000 personas, quite o ponga algunas. La inmensa mayoría de ellos porta armas, es decir, puede hacer daño. Sobra decir, por lo tanto, que hay que vigilar sus actividades porque dado el tamaño los abusos son inevitables. Como principio general, están obligados a actuar dentro de la legalidad y al mismo tiempo a ser efectivos. Ya no confrontan a las Farc de hace diez años, por fortuna, aunque quedan las disidencias, el Eln y, por cuenta de la estúpida prohibición, poderosas bandas del narco que, a veces, asumen papeles paramilitares. Este fin de semana varios soldados fueron asesinados. Según esto, es indispensable atacar estas estructuras lo que, repito, se puede hacer sin incurrir en aberraciones como los “falsos positivos” de hace diez o más años. Lo que no tiene presentación es pretender que el país estaría mejor sin las Fuerzas Militares o con ellas debilitadas. Los cuerpos élite, muy minoritarios, pasan por un entrenamiento muy riguroso, a veces cruel, al igual que en otros países. Esto, sin embargo, no los hace asesinos en potencia, como asegura por ahí un parlamentario. Otros ven venir “la segunda era de los falsos positivos”. ¿Pruebas? No las hay.
Va aquí mi sospecha fundamental: los que piensan de esa manera piensan con el deseo y les gustaría que el Gobierno recurriera a abusos groseros porque ellos en el futuro también podrían recurrir a los opuestos, y vaya que los ha habido de lado y lado en el continente.
Muy lejos de mí sugerir que no hay problemas o que no se presentarán abusos oficiales. Los continuos asesinatos de líderes sociales son dolosos y absurdos. Al Gobierno cabe acusarlo de ineficacia, hasta de indolencia, pero no se han visto pruebas de clara complicidad. Son dos cosas distintas. Si tales pruebas surgen, será necesario hacer un gran escándalo alrededor de ellas. Lo que no se vale es decir que las catástrofes vienen, pero no han llegado. Algo así solo envenena el ambiente. ¡Nosotros lo advertimos! ¿Y si las catástrofes no vienen, lo reconocerán? ¡Un poco de sindéresis, por favor!
Pensemos por un instante con el deseo. No podemos objetar que Duque intente implantar su programa. Lo que sí podemos exigirle es que lo haga sin abusos. Ah, y algo que por ahora no admite duda: que se vaya para su casa en agosto de 2022. Algunos no lo echaremos de menos. Ojalá venga alguien mejor.
Lea también: «Los intelectuales y el país«, de Andrés Hoyos