Publicado en El Espectador
El sonido del título era lo que más se oía el viernes pasado en la Casa Blanca cuando unos vándalos de extrema derecha, antes conocidos como el Tea Party y a estas alturas reencauchados como el Freedom Caucus, se aparecieron con alfileres y empezaron a reventar los globos de la fiesta que Trump tenía preparada para celebrar su primer gran triunfo legislativo, la revocatoria del Obamacare, para reemplazarlo por un simulacro cruel que prometía despojar del seguro de salud a 24 millones de americanos, más que todo pobres y viejos. Sobra decir que la seguidilla de ¡plops! no le hizo la menor gracia al payaso en jefe.
Si ahora nos pasamos al boxeo, puede decirse que en ese momento Trump recibió un recto de extrema derecha al mentón y sufrió un aparatoso knock-down en el primer asalto, con cuenta de protección incluida. Esto no significa que haya perdido la pelea y ya saldrá a contarnos cómo va a pulverizar a sus oponentes en los rounds siguientes, en particular a quienes esta semana lo humillaron en el ring del Congreso. Claro, la idea es repetir el cuento de Rocky que, vale la pena recordarlo, es una película del odiado Hollywood de los republicanos, no una perspectiva realista en Washington, ciudad llena de guerreros curtidos y mañosos.
Como primera reacción a su derrota, Trump dijo que se iba a sentar a esperar el colapso del Obamacare. Impresiona que nadie menos que el presidente de Estados Unidos diga que le da igual la implosión del sistema de salud del país. Es una marranada. Lo que ya raya en el delirio es asegurar que nadie lo va a culpar por el desastre. ¿De veras? Hombre, le echarían toda la culpa, entre otras cosas porque los ilusos que lo eligieron en noviembre pensaron que lo hacían para que gobernara, es decir, para que arreglara problemas y propusiera salidas, no para que se sentara, copa de champaña en mano, a contemplar incendios. Pero no, Trump se está contagiando del espíritu de Nerón que, según la leyenda, se puso a tocar la lira mientras Roma ardía. Algo me dice que el moderno émulo de Nerón puede terminar en un juicio de impeachment.
El segundo round que se avecina, la reforma fiscal, ya se perfilaba difícil y ahora se complica más, pues el plan original consiste en reducir los impuestos a los ricos, al tiempo que se aumenta el gasto militar y se reduce el déficit fiscal. Para lograr esto último, Trump contaba con el proyecto de ley que acaba de hundirse y que hacía cuantiosos recortes al gasto, muy en particular a la salud. De modo que la cuadratura de ese círculo tampoco se va a dar. De entrada, puede decirse que la versión más radical de la reforma fiscal, que implicaba volver a redactar desde cero el estatuto tributario americano, se verá reemplazada por algo mucho más modesto. ¿Volverán los anarquistas del Freedom Caucus a insubordinarse y a exigirle al presidente concesiones que, por el lado opuesto, le quitan los votos de los republicanos “moderados”? No es imposible, aunque eso implicaría no ya dejar que ardan algunos barrios de Roma, sino que se incendie el propio palacio del emperador.
Ese método de gobernar sin transar y sin tomar prisioneros, esa manía de amenazar a los rivales con la ruina si no obedecen sirven en la subida, pero se vuelven en extremo peligrosos para el propio gobernante cuando fracasan, como acaba de fracasar Trump en el Congreso. He de decir que se siente un fresquito…