Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Una voz de madrugada me dice:
—Vamos por la calzada lenta, a ritmo de bolero.
—¿Y eso? —pregunto.
—Es que la calzada rápida está bloqueada por maletines de plástico anaranjado, llenos de piedras y de arena.
—Ah.
En efecto, la disponibilidad de las vacunas contra el COVID-19 viene a ese ritmo en Colombia. El suministro llegará en dos meses, tres, ¿más?, incluso para los grupos prioritarios. Que sí hay contratos pero que están llenos de cláusulas de confidencialidad, que no, que las farmacéuticas sacan provecho o están sancionadas. O sea que la ciencia ha sido rápida, mientras que las burocracias son lentas, según su costumbre, de modo que tocará seguirse cuidando, con el obvio riesgo de llevarse una fea sorpresa en alguna torcedura del camino. Entonces quedaríamos por cuenta de nuestro propio cuerpo, que no garantiza nada. El virus sigue matando gente incluso joven; es un bicho impredecible.
La recuperación económica, que sí viene, también va lenta. Casi todo el que puede ahorrar ahorra y los que venían sufriendo mucho siguen sufriendo mucho, con una resignación estoica que mañana o pasado mañana podría hacer explosión. Los diferentes populismos revoletean por todas partes como aves de presa, listos a ofrecer a la exasperada población soluciones mágicas que en otros países condujeron al desastre.
La indispensable reapertura de colegios y universidades, ídem. En el entretanto, los niños siguen en casa, conectados a su educación virtual si tienen cómo, o midiendo paredes, jardines y hasta calles si no. Está muy claro que el riesgo de salud para ellos es muy bajo, así como las posibilidades de contagio que implican. Claro, estas últimas no son nulas, de modo que un mal día alguno puede llevar a casa el bicho y contagiar a sus mayores. Ni modos. No es posible condenarlos a meses y meses de aislamiento absoluto. Ahí la que sufriría más sería su salud mental.
En cuanto a la justicia, no va ni siquiera por la calzada lenta, a ritmo de bolero, sino a paso de tortuga. No es raro leer que una acusación se falla 15 o 20 años después de formulada. Esta parálisis es una clara enfermedad de la sociedad colombiana y resulta de conflictos de intereses no resueltos. Con todo, al final muchos procesos sí se fallan y eso es mejor que la impunidad total.
Un personaje que por contraste tomó por la calzada rápida hacia la salida fue Donald Trump. Bien ido con su disfraz de falso Batman y su reiterada mitomanía. Hay fanáticos suyos que insisten en que se dio un robo colosal el 3 de noviembre, pero cuando uno los presiona para que ofrezcan evidencias, ya que a la hora de torcer millones de votos en una elección como esa el fraude tendría que contarse en los miles y miles de casos de dolo, es decir, de crímenes conscientes, no salen con nada, como no sea alguna estadística de esas que puede manipular hasta un niño o meras coincidencias de homonimia.
No estoy tan seguro de que uno quiera volver al acelere de antes. La vieja idea de que lo maravilloso, lo inefable, está esperando a la vuelta de la esquina no solía materializarse. Los descubrimientos y obras de valor se consiguen por lo general con perseverancia, no a sombrerazos. Claro que a medida que la pandemia se controle se intensificarán muchas cosas hoy detenidas. Cuándo, cuánto, cuáles sí y cuáles no es algo que hoy no se puede predecir.
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