Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Leo en La Silla Vacía que lo que impulsa a Carlos Felipe Córdoba —su nombre poco familiar me obligó a cerciorarme de que así se llama el actual contralor— a presentar una reforma constitucional voliada es su deseo de ser presidente de Colombia. Aunque el proyecto se morigeró bastante y podría resultar útil, me tuve que frotar los ojos: ¿¿¿que quiere ser qué???
Córdoba está lejos de ser el único que se desayuna con esa versión de la escopolamina que es la ilusión extrema. Se me vienen a la memoria varios afectados por la muy colombiana presidencialitis. Van en orden alfabético quienes ocuparon u ocupan altos cargos en la justicia: Alejandro Ordóñez, Edgardo Maya, Fernando Carrillo, Luis Camilo Osorio, Eduardo Montealegre, Néstor Humberto Martínez (NHM) y Sandra Morelli. Sumémosles a los (ex)alcaldes, (ex)gobernadores o (ex)legisladores importantes. Otra vez en orden alfabético, los siguientes tienen o tuvieron muy baja probabilidad de llegar a la Presidencia: Alex Char, Aníbal Gaviria, Clara López, Enrique Peñalosa, Federico Gutiérrez, Jaime Castro, Luis Eduardo Garzón, Paloma Valencia y Rafael Pardo. De acuerdo, tal cual ex alto funcionario sí llegó o tiene posibilidades de llegar, como Sergio Fajardo, lo que no invalida mi argumento de base.
La deformación de las políticas en la que la gran mayoría de los citados han incurrido ha sido dañina y peligrosa. ¿Nadie les habrá dicho a estos ilusos que no basta con hacer ruido y que quizá lo único que vuelve a alguien un candidato/a recomendable para la Presidencia es haber ejercido un cargo de peso con acierto y visión? Porque claro que las políticas desatinadas y extremistas, cuando no abiertamente contraproducentes, sí sirven para salir mucho en los medios y eso genera recordación. La figuración es necesaria para ser candidato, aunque está a años luz de ser suficiente. Los errores groseros del pasado se vuelven boomerangs en cualquier campaña. ¿O qué responde un ex a la pregunta de por qué hizo usted X o Y barbaridad? Tartamudear es un arte.
Es sobre todo grave el daño que la presidencialitis genera en aquellos cargos sensibles en los que se puede causar mucho más mal que bien. Un procurador o contralor, diga usted, que haga poco no es conveniente y le caben críticas, pero es mucho peor quien por sobreactuarse, como se sobreactúo Ordóñez y se sobreactúan Carrillo o Córdoba, producen resultados contrarios al bien común. Las ías, al dedicársela a unos pocos funcionarios probos y dejar intacta a la gran cáfila de bandidos que tienen a sus regiones convertidas en un cochinero, no son enemigas de cuidado de la corrupción. Miren los recientes programas de La Pulla y pregúntense por la efectividad de las ías contra la corrupción. La presidencialitis ha sido una de las grandes enemigas de una reforma virtuosa a la justicia. Dado que los presuntos presidenciables son sensibles a la crítica y una reforma virtuosa no puede dejar de pisar callos, se lavan las manos. En cambio, nada cuesta echar a los leones a un funcionario probo que por definición sale del juego cuando una ía se ensaña con él.
Y todo para nada, porque los arriba citados salieron o están saliendo de la lista de presidenciables a velocidades siderales. La gente en Colombia sí es tonta, lamentablemente, pero no tanto como para votar masivamente por —qué se yo— NHM o Paloma. Incluso Petro, promovido en su momento por la animadversión del descartado Ordóñez, la tiene muy cuesta arriba, por fortuna.
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