Saber ganar - José Ignacio Rasso

Saber ganar – José Ignacio Rasso

Sea en la cancha, la tribuna, el patio de la escuela, el Congreso, la presidencia de un país o los juegos de mesa, siempre hay que saber perder, pero sobre todo, hay que saber ganar.

Publicado en: La Lista

Por: José Ignacio Rasso

Sin darnos cuenta hemos abrazado la cultura de la competencia como hilo conductor de nuestras vidas. Para bien o para mal, nos preparamos para enfrentar los retos que se nos presentan y salir victoriosos del campo de batalla.

El problema no está en competir, está en las formas que utilizamos para llegar a la cima y lo que hacemos una vez alcanzado el objetivo. No es lo mismo quienes siguen el camino permitido que aquellos que saltan las reglas para cruzar por un atajo prohibido. No es igual hacerse de una fortuna con base en el trabajo honesto que quienes evaden impuestos. No se les puede medir con la misma vara a los que viven en una eterna campaña subsidiados con aportaciones de dudosa procedencia que a quienes reportan ingresos claros y auditables.

No sabe igual una reforma constitucional obtenida con extorsiones y amenazas que encontrando el consenso con quienes opinan distinto. No es lo mismo escribir tu legado con letras doradas en los libros de historia que maquillar la realidad con tinta de sangre cubierta de mentiras doradas.

Porque en esta carrera de vanidades, la legitimidad se sella con transparencia y no con acciones opacas. No importa solamente cómo llegaste al poder sino qué tipo de ganador eres. Sea en la cancha, la tribuna, el patio de la escuela, el Congreso, la presidencia de un país o los juegos de mesa, siempre hay que saber perder, pero sobre todo, hay que saber ganar. 

Porque existen muchas personas que no obtienen la alegría de una medalla al cruzar la meta, sino al humillar al perdedor en cada oportunidad que tienen. No se sienten satisfechos con la constancia de ganadores, sino que necesitan seis años para mofarse del vencido. No les importa ganar, sino que el otro pierda más.

Para ellos, la burla es indispensable, es una costumbre, lo hacen en el salón de clase, desde un escaño en el Senado, desde el púlpito de Palacio Nacional o al ganar un partido de béisbol. Porque en su sed de revancha, la satisfacción de la victoria no descansa en lo logrado, sino en la destrucción del oponente.

Por eso en la política de la denostación gana el cínico y pierde la colaboración. Por eso, el narcotraficante no se conforma con ganar territorio, sino que necesita colgar cabezas y hacer de la tragedia una humillación que se recuerde. Por eso hay chistes que no dan risa y son abuso. Por eso no se encuentra paz al hacer leña del árbol caído.

Así, al pasar los años, cuando se les canse la respiración, cuando se sientan agotados y no encuentren el eco de los aplausos grabados, cuando no tengan a quien aplastar cada mañana y nadie escuche sus discursos de odio, cuando no soporten verse en el espejo, cuando su pasatiempo sea quejarse del perro del vecino, cuando su último mantra antes de dormir sea recordar la dicha que les daba ver a sus adversarios retorcerse de rabia y necesiten ayuda para comer, en se momento, quedarán envueltos en una manta de resentimientos que no les quitará el frío, en una mecedora de arrepentimientos que no les dará calma y en una prisión de venganzas enquistadas que no se quitarán con pastillas cada ocho horas.

Por eso, si no queremos curar heridas abriendo cicatrices, tenemos que aprender a ganar incluyendo y respetando al que ha perdido.

 

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