Publicado en: El Espectador
Por: Andrés Hoyos
Irene Vélez o no Irene Vélez, el Gobierno de Petro está corrigiendo su agenda energética, tan desatinada hasta ahora. ¿Vamos a oponernos a ello, hay garantías de continuidad de las correcciones a mediano plazo? La respuesta a ambas preguntas se puede dar en ruso: nyet. Por si acaso, los gobiernos de izquierda de la región, el de AMLO que ya lleva más de tres años y el de Lula que apenas acaba de ganar por un margen estrecho, tienen ante el petróleo una agenda por completo distinta a la de Petro: lo buscan y quieren los dólares que este trae y traerá a sus países.
No tengo el gusto de conocer a Felipe Bayón, el presidente de Ecopetrol, pero vaya que su permanencia en el cargo es buena noticia. Por lo demás, uno sospecha que se van a seguir permitiendo los contratos de exploración y explotación petrolera de un modo u otro, porque de lo contrario no se entendería que Bayón se quedara en el puesto. En cuanto a la nueva Junta Directiva, está integrada por gente que sabemos muy capaz, así los cambios súbitos en la cúpula de la semana pasada sean una muestra de petrismo del malo, a la antigua.
Algunas cosas son difíciles de entender. Petro necesita plata. Si, además, cree que el futuro del país no está en los hidrocarburos, lo lógico sería que hiciera lo posible por mantener o hasta aumentar el valor de Ecopetrol para así poder vender acciones de la compañía y llegar a tener quizá el 51 %; incluso, por qué no, hasta privatizarla del todo. Pero no, sus actos han hecho perder a Ecopetrol la bobadita de $50 billones en capitalización de mercado, o sea, dos reformas tributarias completas, y mejor ni hablemos del valor de Ecopetrol en dólares, porque entonces nos toca berrear. Aparte de pagar parte de la deuda pública, ese dinero perdido hubiera servido con creces para lanzar varias misiones de las que habla Mariana Mazzucato. Por ejemplo, se podrían promover media docena de productos agrotropicales de alta demanda en el mundo, en alianza con privados.
En materia de energía Colombia necesita insistir en soluciones “anticuadas”, como las hidroeléctricas, de contribución casi nula en gases de efecto invernadero (GEI). La otra misión que luce indispensable es la destinada a promover de forma dramática la ganadería de última tecnología, en particular la silvopastoril, una de cuyas consecuencias más importantes sería liberar varios millones de hectáreas que se pueden usar en agricultura intensiva o reforestar, quitando la presión sobre la tala de bosques. Y ni hablar del viraje indispensable en la guerra contra las drogas, que además de todo promete salvar miles y miles de hectáreas de selva virgen.
Hasta donde uno sabe, el potencial de Colombia en energía solar o eólica no es tan grande y/o está muy localizado en unos cuantos parajes del país. En contraste, podríamos aumentar por miles las hectáreas de manglares, la planta más eficiente que se conoce a la hora de secuestrar CO2 de la atmósfera. De cualquier modo, la agricultura de última generación puede ser positiva en materia de carbono.
En fin, hay que dejar la lloradera y los pronósticos apocalípticos. Estos no sirven de nada, como no sea para recordarnos la más apocalíptica de todas las premoniciones: que un día ustedes y yo ya no estaremos más, pues iremos firmando la planilla de salida uno por uno.