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El Universal publica hoy en primera página: “El chipo mutó y ahora es más peligroso. Un estudio de Medicina Tropical de la UCV descubrió que el Chipo P.geniculatus se hizo más urbano y halló una nueva manera de transmitir el Chagas: picando a los humanos.”
Ayer entrevisté al historiador Pedro Benítez para nuestro programa de televisión “En Conexión”, y nos decía que las dictaduras han mutado, que si bien el modelo de la dictadura convencional, del militar al mando actuando cual gorila, ya está en desuso, ahora las dictaduras se visten con otros ropajes, aparentemente más amables, civiles y democráticos, pero siguen siendo dictaduras. Al caso, lo que vivimos hoy en día en nuestra Venezuela. El mal, pues, muta, se acopla a las nuevas circunstancias para ser tanto o más feroz y letal, y el bien (o lo bueno o sus derivados o sus representantes) se pasma sin capacidad alguna para acoplarse a los nuevos retos, frágil y prescindible en la cuneta de nuestros días.
Baste un ejemplo, ante las acciones dictatoriales de nuestro Alto Mando Militar -en la mejor tradición gorila de las dictaduras militares latinoamericanas- la llamada sociedad civil, con su dirigencia política, queda inerme, desprovista de estrategias y argumentos para hacerles frente con éxito y contundencia. Frente al drama político que nos aplasta, la dirigencia política opositora pareciera minimizada, sin norte.
Al régimen le interesa ganar tiempo. Hoy en El Nacional Ángel Oropeza advierte, agudamente, que estamos otra vez en el 2003. El año en el que el régimen estaba muy mal en las encuestas y tenía que ganar tiempo antes de ir a un proceso electoral. Forzaron la barra, y, valiéndose de cualquier tipo de estratagemas, legítimas o no, lo hicieron. La oposición en ese momento no entendió lo que estaba planteado. Pensó que ya la causa estaba ganada, se durmió en los laureles, empezó a verse el ombligo y en el 2004 ya Chávez pudo aplastar cómodamente las posibilidades de un cambio gubernamental. Ahora, según apunta Oropeza, estamos en una situación semejante, y pareciera que nuestra dirigencia, como hace catorce años, no termina de entender el lodazal en el que se resbala, hacia dónde y cómo deben enfilarse las principales acciones.
Por lo pronto, se ha hecho hasta fastidioso el recurrente tema del diálogo. Jorge Rodríguez, con la alta credibilidad que le caracteriza, desmiente a los dirigentes de la MUD que dijeron que no habían tenido ningún contacto con el gobierno. “Es coba”, afirmó tajantemente Torrealba. Pero Rodríguez, citado en El Correo del Orinoco, insiste: “… sí han sido varias las conversaciones. Existen pruebas irrefutables y existen actas con lugar, temas y asistentes.”
Y si es así, Rodríguez, ¿por qué no publica dichas pruebas? Estamos en el gobierno de los miles de intentos magnicidas, de las miles de irrupciones golpistas, y nunca se ha dado ni una sola prueba. No hay un solo supuesto magnicida preso.
Volviendo a lo inicial. El mal muta, el mal se las arregla para estar siempre allí y ser cada día peor, más eficaz. Cada día más maluco. Y así se nos va el país. Ayer una joven liceísta le reclamó a Maduro el mal estado en que se encuentra su liceo. Éste reaccionó, con la irresponsabilidad que le caracteriza, haciendo ver que la niña era la culpable por no haber salido a manifestar. La niña le insiste, le revela que sus compañeros se están desmayando por hambre. Y el presidente queda sin palabras: “¡Tenía yo que venir acá para enterarme!”. Confesando que, en efecto, vive en una burbuja, aislado de la realidad del país.
Hay hambre. Hambre que a él no le toca y que desconoce. Hambre que, en definitiva, le es indiferente. El hambre que es la marca fundamental de estos días lamentables. Nuestra peor y más terrible característica. Hoy El Nacional y 2001 publican una noticia que viene del infierno: “Un hermano mató a otro por un pedazo de pan”.