Publicado en: El Nacional
Por: Carolina Espada
Vladimir Mijailovich Smirnov y su novia Olga Alexeievna pertenecen a dos reputadas familias de envenenadores rusos, porque vamos a estar claros, a los rusos se les da fácil eso de envenenar a la gente. Vlad se jacta de que un pariente suyo por el lado materno, Fiodor Petrovich Lébedev, fue asistente nada más y nada menos que de Grigori Yefímovich Rasputín. Sí, el propio Rasputín que se hizo tan indispensable a la zarina Alexandra y a su pobre hijito hemofílico, el zarévich Aleksei Nikoláyevich Románov. Por su parte, Olga se ufana porque una de sus tataratías, la voluptuosa y complaciente Irina Popov, fue amante de carismático monje-sanador de la corte de Nicolás II.
Es un hecho: a los rusos se les da fácil eso de envenenar. Ya lo dije. El príncipe Félix Yusúpov, que fue quien orquestó el asesinato de Rasputín, le sirvió vino y dulces condimentados con cianuro, pero el veneno no hizo efecto. Le disparó un tiro y creyó que había muerto, pero el cadáver se movió. Cuatro tiros más y un golpe en la sien. Y como el cadáver nada que se moría, lo encadenaron y lo arrojaron al río Nevá en donde por fin expiró por hipotermia y ahogamiento. Así sí, cadáver total. ¿Pero por qué Rasputín no murió envenenado? Aseguran que durante toda su vida consumió pequeñas dosis de veneno para lograr hacerse invulnerable. Y es que él sabía que a los rusos se les da fácil eso de envenenar. Ya lo dije. No lo digo más. O tal vez sí.
Los rusos envenenan a adversarios, a políticos, a religiosos, a nobles, a espías, a enemigos, a críticos, a periodistas y cualquiera que represente un peligro. Pero esto no lo aseguro no vaya a ser que mi vecino, Dmtri Mólotov, me vea con malos ojos y me regale una latica de caviar aderezado con algo letal. Sabroso, pero letal.
Para entender la historia del veneno hay que remontarse a la Roma antigua, “la ciudad de las siete colinas”, y pasar por Constantinopla que tenía siete colinas también, y llegar a Moscú que se encuentra emplazada sobre siete colinas a su vez. Pero hay que alertar, el historiador Alexander Frolov dice que esta coincidencia topográfica es solo una leyenda muy bonita. “Es fruto de la imaginación de los románticos, que tenían muchas ganas de llamar a Moscú la Tercera Roma”. Colina-colina, la Borovitski, en donde está el Kremlin. Una nada más.
Pero… ¿Tercera Roma?
Tercera Roma: el Imperio Ruso y su sede en Moscú. Segunda Roma: el Imperio Romano de Oriente o Imperio bizantino con su epicentro en Constantinopla. Primera Roma… ¡ah, pues! ¡¿cuál va ser la primera Roma?! Roma… La del Imperio romano que todos nos conocemos. La que sale en las películas. La que aseguraba ser la heredera de otra ciudad imperial, Troya, y que fue fundada por el mismísimo Eneas. La de Nerón tocando su lira tirulí y cantando el Iliuspersis (“El saqueo de Ilión”), mientras que a la ciudad le pegaban candela. Y aparece en el vasto Imperio de Google: “El de Nueva Roma es un concepto ideológico de gran trascendencia y continuidad histórica, que se aplicó desde la Antigüedad tardía hasta la Edad Contemporánea. Consiste en la atribución de la herencia inmaterial de la Antigua Roma a un nuevo espacio en el que se constituye una entidad política que pretende restaurar las virtudes míticas de esa civilización”.
De Roma a Constantinopla. De Constantinopla a Moscú. Cae un imperio, nace un segundo. Se desmorona el segundo, surge un tercero. Pero no habrá una cuarta Roma. “Dos Romas han caído. La Tercera se sostiene. Y no habrá una cuarta. ¡Nadie reemplazará tu reino de zar cristiano!”. Así lo escribió Filoféi de Pskov, un monje ruso, en 1510. Y Dostoievski remató: “…porque ‘Cuarta Roma’ no habrá, y sin Roma no puede vivir el mundo”. Lapidario.
De los mosaicos romanos al estallido de mosaicos bizantinos. De las cupulitas acebolladas de la arquitectura islámica y bizantina, a las cúpulas fantásticas en el Imperio ruso. De los higos envenenados para eliminar a los césares, a sus familiares y a sus más allegados, a la elaboración de un arsénico transparente, inodoro e insípido en el mundo árabe de tanta influencia en Bizancio. Y de allí… el veneno directo a Rusia.
Y así llegamos al siglo XXI en donde locos o ignorantes o estúpidos aseguran que la vacuna Sputnik V es venenosa. Muchos, ávidos de histerizarse con teorías conspirativas, afirman que los rusos pretenden esterilizarnos e insertarnos un microchip mediante la inoculación. Sí, un microchip en el liquidito que sale por la aguja como si fuera un camello bíblico entrando con un rico en el Reino de los Cielos.
¿Pero cuál es la peor vacuna? La que no se pone. ¿Y si acaso debemos esperar eternamente para ser vacunados? ¿O si no nos quieren vacunar? Habrá que ir a la Cuarta Roma, porque Cuarta Roma sí existe. “Sin Roma no puede vivir el mundo”. Tendremos que ir al Norte, al Imperiomismo, tal y como lo hizo el explorador español Juan Ponce de León en 1513. Él, buscando la Fuente de la Eterna Juventud, descubrió el actual estado de Florida. Ahora le tocará a los privilegiados ir para allá para encontrar la Fuente de la Salud.
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