Publicado en: El Universal
La monserga ya decadente, de “la resistencia indígena”, es un mito o fantasía ideológica, eufemismo creado en España en 1992 en medio de la conmemoración del Quinto centenario del “no descubrimiento de América”. Hablar “del encuentro de culturas”, sugiere que en medio del Atlántico se toparon las carabelas de Cristóbal Colón con fragatas capitaneadas por Huayna Cápac, rumbo a Palos. Según la comiquita “posmo”, los indígenas, además, vivían en un Edén comunista high culture del que los arranca la “invasión colonial”. Hablan de “avanzadas civilizaciones azteca o incaica”, pueblos apenas en la edad de piedra, y las pirámides de Teotihuacán no compiten con las de Keops o Kefrén, construías cuatro mil años antes.
Y no es que lo hagan unos antropólogos alumbrados, sino mandatarios que llevaron sus países por un camino de perdición (Kirchner, Morales, Correa). Las comunidades precolombinas se regían, según Marx por el “modo de producción asiático”, sanguinarios “despotismos orientales”. Las estatuas de Colón, autor de la mayor hazaña humana, las vandalizan desde California a la Argentina, en una operación dirigida desde los Estados Unidos. Así pasó en Caracas con en el Paseo Colón, el parque El Calvario y el “Colón en Golfo Triste” de De La Cova. Pero, ironía, el hombre del milenio, escogido por Time, fue Genghis Kahn. El racismo indigenista rompe records, reniega de su propia sangre mestiza, para José Vasconcelos “cósmica” por mezclar europeos, indígenas y negros. Exageran para construir una mitología de crueldades imperiales y una epistemología del rencor: el “eurocentrismo”. El descubrimiento de América se produce en la larga era universal de la crueldad, aunque jamás peor que la de indígenas contra otros indígenas. Pero después de los cincuenta años iniciales de la violenta conquista de las Indias, la nueva civilización mestiza, Iberoamérica, domina el mundo por tres siglos. El centro de occidente en el XVII era el Virreinato de la Nueva España, y la ignorancia aúlla porque “la invasión española destruyó las culturas indígenas”. España protegió el legado cultural y nos permitió conocerlo hoy. Codifican la gramática del Náhuatl en 1531, veinte años antes que el francés tuviera una.
El mundo feliz indígena giraba sobre la esclavitud, la servidumbre, la antropofagia, la muerte. La infamante leyenda negra contra España la creó Lutero y luego la argumenta Max Weber, de madre calvinista, en Ética protestante y el espíritu del capitalismo. Franceses, españoles, alemanes, británicos y belgas no viven hoy amargados contra Italia ni odian al Imperio Romano, ni los ingleses indignados por la violación de aquella reina celta y sus hijas, o los norteamericanos a Inglaterra. Ya no se cobran las facturas de la Primera y la Segunda Guerra y más bien renace el antisemitismo. A diferencia de las ocupaciones inglesas, francesas, holandesas, alemanas, que mantuvieron en ghettos las poblaciones autóctonas (el primer matrimonio entre un británico y una india fue en 1922)
La reina Isabel la Católica ordenó en 1503 a los conquistadores casarse con las indígenas. Sobre la fantasía de la “resistencia”, menos mal nuestras abuelas indígenas no resistieron demasiado a los abuelos españoles, porque no estaríamos aquí, oyendo boberías intelectualoides caseras. No existe una hectárea de territorio en el mundo que no fuera una vez o varias ocupada y una o varias, ocupante. Hernán Cortés dirigió con Malinche una guerra de liberación nacional de tribus esclavizadas por los aztecas o mexicas, los opresores más terribles conocidos. Cien mil indígenas toman Tenochtitlán, la potencia invasora que arrancaba el corazón a millares de indígenas para que Huitzilopochtli, el sol, hiciera su recorrido diario; y se comían el cadáver.
Según Anatole France, Cortés, asombrado de esa masacre, preguntó a Moctezuma por qué tanta sangre y el infeliz respondió: “los dioses tienen sed”. En su clímax con Huayna Cápac, el Imperio Incaico, el Tahuantinsuyo, dominó un millón de Kms. cuadrados y doce millones de habitantes. Los incas esclavizaron a sangre desde Quito hasta cerca de Antofagasta en Chile y el norte de Argentina, aplastaron los levantamientos de chibchas, aymarás, cara, pasto, panzaleo, cañari, puruchas, chavín y muchos más. La mitima consistía en secuestrar todos los varones de los pueblos ocupados, desde niños hasta ancianos, que llevaban a trabajos forzados a miles que kilómetros de sus hogares, donde no podían comunicarse.
Nunca volverían a ver sus familias. Atahualpa a su propio hermano Huáscar, rival para la corona, le hizo ver eviscerar uno por uno sus hijos, mujeres, cuñadas, amigos. Luego lo hizo degollar. La “resistencia indígena” y los “quinientos años de ignominia” son extravagantes pero comunes e incitan al racismo real a una parte de la ciudadanía contra otra con menor concentración de melanina. Es la vieja y renovada estrategia totalitaria de quebrar la sociedad en grupos enemigos, héroes y villanos, blancos y negros, hombres y mujeres, ricos y pobres. Un sicópata muy peligroso, Frantz Fanon- entre él y el Che está el título de primer hagiógrafo latinoamericano del terrorismo-, prologado por otro sicópata, Sartre, escribe que “el oprimido” se “humaniza” cuando asesina un blanco.
Vargas Llosa inmortaliza la “célula Cahuide” que organizaron por los años cincuenta del siglo pasado en la Universidad de San Marcos, Perú, un grupo de estudiantes comunistas contra la dictadura de Odría (48-56). Allí militaban, entre otros, el luego legendario guerrillero mirista Héctor Béjar, e Isaac Humala, padre del expresidente Ollanta. En Conversaciones en la Catedral describe a Isaac como un fanático de simplezas contundentes. Algunos piensan que es también el personaje de Historia de Mayta, aunque ciertos rasgos del protagonista de esa ficción, homosexual y trotskysta, lo disocian del real. Don Isaac creó una ideología, el “etnocacerismo”, fascinante locura de nacional-socialismo indígena que propone reconstruir el Tahuasinsuyo, con territorios hoy de Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina y Chile.
Casado con Helena Tasso (fallecida), abogada y educadora partidaria de fusilar a los homosexuales y consumidores de droga. Los Humalla-Taso son siete hermanos con nombres étnicos: Ulises, Antauro, Ollanta, Pachacútec, Katia, Cusi Coyllur e Imasúmac. Isaac afirmó que “la violencia sólo es mala cuando es ilegítima… ¿Romperíamos relaciones con la comunidad internacional?… Si no se adecúan a nuestros términos, sí… Asamblea Popular, mecanismos anticorruptores contundentes, con fusilamiento incluido…”.
Salvando a Ollanta, la familia fue una versión, pero severa, de Los locos Adams, pero dirigida por Bergman, cuyo hobby era anunciar reparto de paredones: para amigos de Fujimori y Alan García, empresarios “neoliberales”, «cobardes y maricones», vedettes como «Chola Chabuca», Jaime Bayly y «Paisana Jacinta». Son chilefóbicos y querían recuperar Arica, es decir, una guerra. Racistas “en defensa de la raza cobriza” -aunque cultores del presidente del siglo XIX Andrés Avelino Cáceres, un blanco-, contra las “elites actuales formadas por criollos y asiáticos, para sustituirlas por cobrizos…nacionalizar la industria peruana y revertir los procesos de privatización”.





