El tiempo es un recurso natural no renovable. Día que pasó, día que se fue para no volver. Los devotos de vivir el día son incapaces de algo indispensable: la planificación.
Hoy es 16 de marzo de 2022. Pasó el carnaval (sin gloria y con pena). En pocos días, Semana Santa (que espero algunos aprovechen para reflexionar, rezar y pedir perdón por sus pecados) y ¡zas!, estaremos a las puertas del fin del primer semestre. Medio cupón de este año se habrá ido. Chao. Se fue. Se convirtió en lo que lo que el viento se llevó.
Medio año que no se habrá usado para construir un liderazgo poderoso que se enfrente al «quien sea» que pongan como candidato del rojismo para 2024, año que está, como quién dice, terciando la esquina.
Quién sea que vaya a llevar el estandarte opositor como (único) candidato tiene que recorrer el país de punta a punta, no una vez, varias veces. Tiene que ir a cada ciudad y pueblo. Dar cientos de discursos, conceder sopotocientas entrevistas, hacerle la corte a los cogollos de todos los partidos, hablar con miles de personas, visitar no sé cuántas iglesias y templos, gastarse varios pares de zapatos en recorridos casa por casa. Reunirse con sindicatos, ONG ‘s, gremios, sociedades y hasta con la asociación de criadores de chigüires, que no sé dónde está pero seguro que existe. Tiene que ir a escuelas, liceos, universidades, hospitales, ambulatorios, ancianatos, orfanatos. A centros deportivos, mercados, farmacias, comercios, talleres, fábricas, factorías areperas, chiringuitos, botiquines, cafés. Tiene que poner pie al menos una vez en absolutamente todas las plazas Bolívar del país. Tiene que ir a todas las celebraciones religiosas. Montarse en un caballo y galopar monte, llenarse las manos de tierra húmeda con los agricultores, andar en peñero al despuntar el sol con los pescadores, subir páramo hasta donde no hay sino frailejones, meterse para la selva intrincada, caminar en los médanos bajo la pepa de sol. Ir a los teatros y museos que quedan y juntarse con la gente de la cultura. Reunirse y darle a la «sinhueso» con académicos y expertos en economía y finanzas. Beber café con todos los embajadores acreditados en Venezuela.
Recorrer lo que queda de los campos petroleros, las empresas del sur y las zonas industriales del centro. Es decir, visitar las ruinas y ver cómo reparte algo que se parezca a esperanza.
Ah, tiene que plantarle cara al CNE para defender los derechos electorales de los venezolanos, estén donde estén. Porque supongo que está claro que millones de ciudadanos que están en el exterior están en su soberano derecho a elegir el presidente.
A hoy, 16 de marzo de 2022 (pues sí, remarco la fecha al estilo bitácora, modelo implantado por Pulitzer por el reportaje de Nellie Bly), no solo no hay un candidato definido. Es aún peor. Ni siquiera está claro cuál va a ser el método para escogerlo (por aclamación, por primarias o, caray, por competencia en una partida de bolas criollas, como sea) y evitar así el papelón de tener varios aspirantes al trono y tirar por la borda la posibilidad de ganar. Bueno, digo, si se quiere ganar… Porque supongo que no nos van a venir que eso de «lo importante es competir».
2024 es, léase bien, pasado mañana. A un suspiro. Téngase la bondad alguna empresa de imprimir un calendario (a colores) y enviarle una copia a cada uno de los (muchos) que sueñan con ponerse la banda tricolor y que desde carricitos se acuestan todas las noches recitando «es yo quiero ser presidente …»