Sin leer nos empobrecemos intelectualmente. Cada texto que leemos debe dejarnos algún aprendizaje, algo que no sabíamos antes.
Venezuela fue un país donde había afición por la lectura. La gente normal y corriente leía mucho. Era muy común ver a los pasajeros en el sistema público de transporte leyendo. Los periódicos se vendían mucho y los textos eran de alta lecturabilidad. Los venezolanos tenían buena comprensión lectora.
Uno debería leer unas 300 páginas por semana. Eso es bajo, pero suficiente. Y eso que uno lee debe aportar nutrición a nuestro vocabulario. Dirán algunos que eso es innecesario. No es así. Al contrario, dominar el idioma supone un aporte al proceso de comunicación. Es decir, a más palabras que conozcamos y dominemos, nos entenderemos mejor. Y es bien sabido que mucho de los problemas que confrontamos en la humanidad tienen su origen en la incapacidad para comprendernos.
Hoy leer es, por cierto, cada día más fácil. A través de un celular o cualquier tipo de computadora se puede tener acceso a casi la totalidad de lo publicado, y a un costo considerablemente menor que lo que está impreso. Y no es cierto -ya no lo es- que un texto leído en una pantalla produce menos efecto o resulta de menor calidad. Que los libros impresos son bonitos, sin duda. Pero el resultado de leer en una pantalla es el mismo: deshacerse de la ignorancia.
El objetivo de leer no es tan sólo saber más. Es también darle la oportunidad al cerebro para abrir puertas, ventilar la casa, ampliarla y remozarla. Los conocimientos se van alojando en nuestro cerebro y producen una mejor habilidad para estructurar pensamiento. Nuestro cerebro tiene una ilimitada capacidad de archivo. Y no tiene barandas que impiden el relacionar los conocimientos entre sí.
Quizás sea cierto que, como advierten los neurólogos, la brutalidad no tiene remedio. Que el coeficiente intelectual es algo dado, fijo, inmutable. Pero hay que diferenciar la inteligencia (o la carencia de ella) de la ignorancia, que sí es curable. Y si algún aporte hace la tecnología (aplausos de pie) es hacer posible que cada día muchas más personas -cientos de millones- puedan leer textos de todo tipo. Los instrumentos caminan hacia nosotros. Ya no es indispensable acercarse a una librería o una biblioteca. Ya no hay que tener los libros en casa. La información y el conocimiento sobre cualquier tema está disponible con tan sólo un clic y a un costo irrisorio. Cualquier idiota autócrata que cometa la barbaridad de quemar libros se encontrará con una realidad: casi todo lo escrito está en un espacio que no puede ser convertido en una pira.
El conocimiento no pesa ni duele. Tampoco sobra. Puede que algún equivocado crea que lo que no puede ser de clara utilidad hay que rechazarlo. Error. Todo lo que aprendemos sirve para algo, aunque ese algo no lo definamos a primera vista.
Si yo estuviera en posición de gobierno (no lo estoy ni lo estaré) , una de las decisiones inmediatas que tomaría sería reformar la educación para que fuera obligatorio leer 300 páginas semanales. Y quizás con ello el país tendría mejor oportunidad de contar en el futuro con políticos y gestores de lo público que sepan pensar antes de hacer. Nos ahorraríamos muchas meteduras de pata, errores garrafales y desaguisados. Así como la pobreza sólo puede ser derrotada por la riqueza, la ignorancia sólo puede ser vencida por el conocimiento.
“Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano…”
-Isaac Newton