Por: Jean Maninat
En las vertiginosas arterias comunicacionales del Xmundo, cada tantas pulsaciones, cada tantos bips, alguien reclama con vehemencia la necesidad de constituir un grupo articulado que represente las diversas visiones que componen el cambio y organice, pluralmente, el formidable envión histórico que la presencia de nuestra máxima líder y su candidato, están llevando a cabo… es decir: un comando de campaña.
Si acudimos a la función rebobinar máquina del tiempo del reloj inteligente Apple Ultra 2 con batería litio de Origen Chino Todo Controlado (OCTC), la pantalla nos mostrará un conglomerado sudoroso de gente portando franelas, playeras, camisetas, polos, con los colores identitarios y agitando con furia banderines también identitarios, (por cierto, es de rigor que las calles siempre sean estrechas a repletar). Son los partidarios, emocionados, como debe ser.
Si ajustamos el foco, sobre una tarima distinguiremos un grupo de dirigentes de empresas políticas milenarias (perteneciente o relativo al número mil o al millar… en partidarios), que saludan, hacen puñitos, recrean corazones sobre el pecho con los deditos pulgares e índices, señalan con los labios haciendo trompita a partidarios entre los congregados, mientras miran de reojo a la persona que los congrega y reina unipersonal y unívocamente entre ellos. Son los jefes del comando de campaña. ¡Cónfiro vale, ojalá y vea todas las banderitas que trajimos!
Veamos, un comando, lo que se llama un comando de campaña, es necesario cuando hay una dirección orgánica circunstancial del proceso electoral que traza la línea política. Pero cuando es una sola persona la que cose y canta y además manda con regusto, no hay mucho espacio de deliberación y decisión común. Si a esto se le añade que hay también un candidato subrogado, la operación se hace más compleja aun. ¿Un comando de campaña bicéfalo? ¿Los asesores son para el líder o para el candidato subrogado? ¿Y los partidos, qué pito tocan, si la organización es autogestionaria en comandita? Si quien decide es una persona -además electa en primaria por cada vez más millones de gente según el re-cuento-, ¿por qué no subcontratar la organización de todo el proceso electoral a profesionales en la materia?
Sin duda estamos ante una situación sui géneris, (no, no es un Cisne Negro, es bicéfalo) y se irá desenvolviendo a medida que se acerque la fecha fatal y toda la fuerte carga emocional y sentimental que se ha levantado se mida a sí misma en un proceso electoral deliberadamente espinoso y poco espiritual. Una vez mitigado el triunfalismo, cuando la hora de las decisiones llegue (y el final ya haya atrapado al final) entonces tendrá sentido exigir una dirección política del proceso, seria y responsable, alejada de los misticismos inoperantes, de las invocaciones irrespetuosas a la religión para solaz propio, del infantilismo autoindulgente reinante. ¡Ya ganamos, ahora la transición!
Entonces, se encontrará el comando perdido y no habrá sido tarde…