Jean Maninat

A la sombra del Proyecto – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Ya no hay políticos normales, de los que se levantan temprano, besan a la esposa tiernamente en la mañana, recogen su portátil, dejan -de paso al trabajo- a los niños en el colegio y llegan a sus oficinas en “el partido”, en el gobierno municipal, regional o central, a cumplir con su chamba con la tranquilidad celosa de un aduanero suizo. ¡No, pero no…!

En la cartera, junto a la cédula de identidad y la licencia de conducir, palpita como una piedra de kryptonita verde, como el corazón de Ricardo Corazón de León, el Proyecto (así con mayúscula inicial planetaria) que cambiará radicalmente y para siempre la sociedad. El Proyecto es por definición transformador, radical en el cambio, no poda el jardín y trasplanta con delicadeza las matas como gustaba a Chauncey Gardner, las saca de cuajo, cercena las raíces y siembra cemento donde estaban para que no retoñen. Para cumplir su obra histórica, el Proyecto no puede estar sometido  a las convenciones de la política normal: las de la burguesía, la casta, los zurdos, los diestros, en suma… los de la acera de enfrente.  El Proyecto no es de izquierda ni de derecha, es revolucionario.

El Proyecto, todo lo quiere sumergir, todo lo quiere aniquilar a nombre de su propia permanencia: intenta borrar de un brochazo empedernido la división de poderes a nombre de un fin mayor, intenta esclavizar la representación popular en nombre de un fin mayor, intenta cauterizar a los sindicatos y a la sociedad civil a nombre de un fin mayor, intenta cercenar la libertad de expresión a nombre de un fin mayor, intenta estrangular la iniciativa privada a nombre de un fin mayor, intenta acotar el comercio internacional a nombre de un fin mayor. Intenta, en síntesis, asfixiar  la sociedad abierta y democrática a nombre de un fin mayor… su sobrevivencia.

Pero el Proyecto es un animal de múltiples y enredadas patas, gusta de

las máscaras, los disimulos, los carnavales: puede disfrazarse de pueblo originario Quechua o Aymara para esconder su blanca palidez de alma ladina, de rockero libertario-capitalista para esconder su sandez intelectual, de benefactor imperial o de zar omnipotente para no esconder nada, de inhóspito cancerbero vestido de principito centroamericano o líder insomne de un fracaso monumental caribeño. Y todos (bueno, casi todos) juran en nombre de Dios en vano, mientras agitan crucifijos y escapularios como si fueran banderines de ferias patronales.  El Proyecto, en suma, es un arma cargada de estropicios, sonoros, rotundos y demoledores como balas de cañón medieval.

Los tiempos son propicios para los titanes de bronce hueco, para alimentar las bocanadas bélicas y exigir gestas  heroicas desde la calidez del hogar. En mi jardín pastan los héroes, escribió -críticamente- el poeta cubano Heberto Padilla, poco antes de que todo el poder del Proyecto verde olivo de un individuo lo aplastara como una cucaracha. Hoy, la sombra de un Proyecto personal se expande por el mundo frente a la mirada extasiada de quienes deberían representar la fuerza y dignidad del oficio político, o lo que quede de él, para resistirlo. Como niños hacen maromas, juegan a las vencidas, sonríen nerviosos, mientras van cavando sus propias sepulturas a la sombra del Proyecto.

 

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