A mí me encontraron - Carolina Espada

A mí me encontraron – Carolina Espada

Publicado en: El Nacional

Por: Carolina Espada

Y lo mejor es que no me estaban buscando. Yo, atravesada, y ellos que vienen y se tropiezan conmigo y, de entrada, creen que soy otra. Una mucho más lejana… la que ellos sí querían encontrar. Pero yo aquí, ocupada en mis asuntos, que si mi pesca, mi caza y mi recolección; y ellos que se me presentan. Yo no los estaba esperando. Yo no los invité. Y aquella conversación que nada que prosperaba:

—¿Azafrán, sésamo, matalahúva?

—Nooo… Parchita, cacao, lechosa.

—¿Canela, tomillo, nuez moscada?

—Guayaba, guama, guanábana.

—¿Jengibre, clavo, cardamomo?

—Icaco, zapote, aguacate.

—¿Romero, pimienta, mostaza?

—Merey, jojoto, mamón.

—¿¡¡¡Mamón!!!?

—Melicoccus bijugatus… 

—¡Pardiez!

—¡Piña!

—¡Qué caramba!

—¡Qué cambur!

Y, en vista de que ya los tenía aquí instaladísimos, no me quedó otra que dejar que me colonizaran. Me hubiera gustado con cariñito y más culturita general, pero así como no se le pueden pedir peras a una mata e’ tapara, no se podía esperar de estos perdidos en alta mar un ápice de gentileza, savoir faire e ilustradísima educación.

—Isabel, guapa, que yo os lo digo y os lo juro por las joyas de vuestra corona: yo a la India le llego por occidente.

—Y yo pensaré en vos, mi bien amado Cristóbal, cuando se ponga el Sol durante el equinoccio. Id con Dios y volved a mí el 15 de marzo del año entrante.

Y el “Genovés Alucinado” agarró –el 3 de agosto de 1492– y se embarcó en el puerto de Palos de la Frontera; y vino con sus marinos onubenses y bien curtidos, y uno que otro galeote mal encarado (aunque eso de que seas un delincuente y, como pena, te pongan a remar y a remar, no está tan mal si se compara con la pésima suerte de otros presidiarios). Navegaron en la “Pinta”, la “Niña” y la “Gallega”, a la que rebautizaron como “Santa María”, y… 71 días después… yo escuché a un grumete desgañitado, allá arriba en la cofa de una de las carabelas: “¡¡¡Tieeerraaa… tierralaviiistaaa!!!”. Y a mí me encontraron como Caperucita: brincandito por la playa y canturreando “tralalí- tralalá” sin la menor idea de lo que me esperaba.

 

 

 

 

Lea también: «Sin preaviso«, de Carolina Espada

 

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