A esos a los que conozco mucho y con quienes me unen amores de larga data y querencias profundas; a esos con quienes compartí trascendencias e intrascendencias; esos a quienes besé y me besaron; a esos con quienes intercambié textos y versos apasionados en aquellos tiempos cuando nos permitíamos arrebatos; a esos que viven en el paisito y a quienes felicité cuando lograron regresar cuando su nación recuperó la decencia; a esos con quienes brinqué y lloré de emoción cuando Uruguay ganó aquel juego y entró en las semifinales; a esos con quienes me escribo con frecuencia, y somos amigos, incluso sin habernos visto jamás; a esos a quienes conocí en mi vagabundear por la rambla de Montevideo; a esos que me regalaron su sonrisa abierta y sin sencillez en las playas de José Ignacio. A todos los uruguayos que conozco y también a los que espero conocer.
Los países se rompen. Lo saben ustedes. Lo vivieron. Lo padecieron. Y, creo, aprendieron. Saben que las tierras se secan, las paredes de las casas se cuartean, las alas se fracturan, los corazones se paralizan, el aire se enrarece. Y lo que alguna vez fue muy bueno, lo que alguna vez fue manantial de ternura, lo que alguna vez fue caricia, basta un giro procaz de la historia, para que todo se nos vuelva hosco, astringente, mordaz.
Tenemos el país poblado de errores y dolores. No hace tantos años como para que lo hayan olvidado, el suyo cayó en iguales pozos oscuros. Los humanos nos equivocamos. Rompemos los pases. Ustedes aprendieron. Nosotros andamos en esas. Quizás los que sufrimos necesitamos que quienes ya transitaron por por partos de resurrección nos ayuden a alumbrar.
A veces la neutralidad es cándida. Y hace que la balanza se incline del lado de la injusticia. En estos momentos cuando la voz del paisito importa tanto, recurro a las letras, único armamento que porto al cinto. Letras mías y también letras de otros. Busco y rebusco en mi memoria ya curtida por los años y los sinsabores. Encuentro al gran inglés. “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.”
Ustedes están en el mejor de sus tiempos. Nosotros en el peor. Ustedes sembraron su país de sabiduría. Nosotros somos dominados por unas gentes que apoltronados en un palacio nos condenan a la locura. Ustedes están en la era de la luz. Nosotros forzados a las tinieblas. Buscamos la esperanza como ustedes la procuraron y la hallaron.
En un acto de humildad que lejos de mostrar debilidad nos enaltece como seres humanos, levantamos la mirada y le decimos al mundo que solos no podemos.
Los miles de kilómetros que nos separan de Uruguay son centímetros apenas. Quizás sus gobernantes eso lo entienden menos que ustedes. Pero es la voz de millones de uruguayos la que puede hacer que esos gobernantes abandonen el cálculo de corta mira y usen los largavistas para ver más allá del gran río y del mar.
Soledadmorillobelloso@gmail.com
Lea también: «De ésta aprendemos todos«, de Soledad Morillo Belloso