Por: Jean Maninat
Los ricos son reprobados por la mayoría de quienes no lo son. Los caricaturistas del siglo pasado se deleitaban en representarlos con vientres prominentes, trajes de tres piezas, anillos fulgurantes en el dedo meñique, el infaltable puro y una “actitud” entre paternalista y altiva. La versión antropomórfica corrió por cuenta de Walt Disney en la figura de Rico Mc Pato, multimillonario y aventurero que nadaba –literalmente- en dólares mientras su sobrino, el Pato Donald, ilustre miembro de la medianía social, se dedicaba a tratar de invocar el sueño americano para él, su eterna y casta novia, la Pata Daisy, y tres sobrinitos de origen sospechosamente desconocido. Todos, girando alrededor del tío rico y avaro a ver qué partido le sacaban.
Entrados los setentas y los aires de revolución y redención social, el caricaturista argentino Quino se convertiría en “conciencia” de la clase media, abrumada por una existencia banal, cuyo mayor éxito era comprarse un Citroën 2CV como lo hizo el padre de Mafalda, quien encima tenía que aguantar a la sabihonda y precoz criaturilla y a los lerdos amiguitos que la frecuentaban. Luego, el genial dibujante se dedicaría a mortificar a los ricos, siempre de trajes cruzados o de tres piezas, altivos, groseros, mostrando desdén por los pobres empleados, siempre respetuosos, víctimas -como sus mayordomos- de la inmensa codicia de los sádicos patrones cuyas almas destilaban dinero.
La literatura y el cine han sido generosos en producir personajes, acaudalados ciudadanos a quienes su éxito social y económico terminan perdiéndolos, trágicos y solitarios en medio de toda su opulencia. El buenmozón de Jay Gatsby muere de un disparo celoso en la plenitud de su gran triunfo social en Long Island y New York, mientras el plutócrata Charles Foster Kane muere íngrimo en su mansión de Xanadu, murmurando la palabra Rosebud el nombre del humilde trineo de su niñez. La riqueza, lo sabemos, atrae las desgracias.
Dos décadas adentrados en el siglo XXI, el cual presumíamos portentoso por la explosión tecnológica al alcance de la yema de los dedos, los carros eléctricos auto conducidos, los viajes civiles al espacio , el antiverso y otras elucubraciones de lo que alguna vez fue ciencia ficción, henos aquí que el reconcomio con los ricos y su riqueza sigue allí, prejuiciado y morboso, expulsando su inquina desde las tribunas de la izquierda populista y la derecha nacionalista y montaraz, o desde el cine y la televisión, películas y series televisivas dedicadas a mostrar la decadencia y maldad que trae la riqueza y (¿………..?) yes acertó usted, el capitalismo. Distopías producidas por la alienación de hombres y mujeres bajo el embrujo de los bienes terrenales, el consumismo y materialismo desbocado.
En Succession los miembros de una multimillonaria y disfuncional familia se despellejan los unos a los otros por ganar la atención del pater familias, o se alían para traicionarlo, derrocarlo y ocupar su puesto en el conglomerado económico por él creado. Moraleja: ser rico y capitalista conduce a las guerras fraticidas por el poder económico. En Parasites una familia de marginados de la prosperidad surcoreana pisando pasito se adueñan por unos días de la mansión de sus patrones, enloquecen en el intento de remedarlos aunque sea por unos días, y terminan a puñaladas sangrientas lo que parecía una agradable velada entre gente bien. Moraleja: los pobres son felices como están, pero los ricos y exitosos los corrompen con sus vicios y costumbres…
Si nos detenemos en Severance veremos el terrible papel que cumple la empresa privada, capaz de alienar a sus empleados hasta hacerlos perder la memoria de quiénes son fuera de la empresa para que rindan mejor, sin distracciones personales, durante el horario de trabajo. Moraleja: la empresa privada es una máquina de explotación de sus empleados al servicio de la avaricia de sus propietarios. Y si nos vamos de vacaciones con la cadena hotelera White Lotus compartiremos con millonarios fatuos y despreocupados, cuyo único interés es pasarla bien aún a costa de los demás, exhibiendo sin pudor su riqueza y en el camino corrompiendo a quienes los rodean hasta llegar al crimen. Moraleja: los Rich and not to famous también atraen su propia desgracia por andar mostrando su riqueza con impudicia en lugares de lujo babilónicos.
¡Abajo los ricos…y el capitalismo!