Ningún aspirante de las filas de oposición a la candidatura presidencial llegará a sentarse en la silla de Miraflores por sí solo. Porque ninguno tiene la fuerza suficiente. Es bueno que todos lo tengan claro.
Se intuye desde ya una guerra entre los que van a competir en las primarias. Craso error. 23 años han pasado y parece que nada hemos aprendido.
En una situación como la que padecemos no existe tal cosa como «El candidato perfecto». Todos sin excepción cojean de alguna pata. Todos han fallado en algún momento de esta truculenta historia. A todos les podemos poner un pero. Una de las cosas que pasa cuando el poder político está en manos mediocres e inadecuadas durante tantos años es que la oposición a ese oficialismo termina desgastándose, cometiendo severos errores y perdiendo la capacidad de liderazgo. Decía Napoleón que no había que luchar contra los cualquiera porque eso hace que uno se convierta en un cualquiera. Es decir, se deprecia.
No sabe nadie quién será el candidato oficialista. ¿Maduro, Diosdado, Lacava, Héctor Rodríguez o algún emergente al bate? A cual peor, me dirán algunos. Y con harta razón. Pero el enemigo a vencer es ese candidato oficialista, cualquiera que sea. Porque ya sabemos que si esta gente sigue en el poder, pues Venezuela no tiene futuro.
Entonces, el candidato opositor debe ser quien tenga mejor musculatura para derrotar al candidato oficialista. Para ello hay que despojarse de prejuicios inútiles. No hay que verle la quinta pata al gato. Y como ciudadanos electores hay por tanto que exigir a todos los aspirantes en las primarias una competición constructiva, muy alejada de discursos de esos caracterizados por el muy nefasto «darle hasta en la madre». Ese lenguaje feroz y confrontacional, que arranca aplausos en la fanaticada, luego se convierte en una enfermedad insidiosa, difícil de superar, un mal que en la elección presidencial termina jugando en contra. Si me instigaron a odiar a un x aspirante y ese termina ganando las primarias, me resultara muy cuesta arriba enamorarme de él y darle mi voto. Eso lo tienen que tener muy presente los aspirantes antes de abrir la boca y arrancar a echar pestes sobre sus contendores. Los aspirantes a la candidatura de oposición son competidores, no enemigos.
Que la política aburre a los electores es una realidad. Que la oposición es inculpada un tanto injustamente de eso, también es verdad. Al hacerlo, se ayuda al régimen. Entonces, toca a la oposición y a sus dirigentes y liderazgos mostrar a los electores una cara atractiva y estimulante, que pueda convencer que es posible una Venezuela limpia y libre de idiotas, mediocres, sinvergüenzas y aprovechados.
El madurismo/chavismo es hoy ya minoría. Pero si desde la oposición se maneja mal la conexión con los electores, por disparatado que suene, puede darse al traste con la oportunidad y hacer que gane la mayor de las minorías, a saber, el abanderado del régimen. El pleito a cuchilladas en la oposición conspira contra la obligación de estructurar esa mayoría opositora que pueda vencer.
En pocas palabras y para decirlo sin complejidades innecesarias, hay que evitar a todo evento que las primarias se conviertan en un escenario de varapalos. La unidad no es un principio ni un fin. Es una necesidad. Sin unidad, la oposición será subcampeona y seguirá siendo oposición. Y las primarias no serán sino un inservible ejercicio de trivialización política en lugar de lo que deben ser, una muestra de madurez democrática de políticos y ciudadanos. Hay que abrir los ojos y la inteligencia.