Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Pareciera que la “mesita” va a funcionar como trotaconventos entre el gobierno y la mayoría de la Asamblea, o sea el G4 y el líder nacional Juan Guaidó. Veamos. Como su poder de negociación es tan minúsculo como las organizaciones que la forman, una buena manera de existir –y quién quita de crecer– puede ser transmitir lo acordado en ella, valga decir lo decidido por el gobierno, a los opositores más grandecitos para su puesta en práctica. Por ejemplo, la renovación del CNE. Otras cosas las puede realizar sin ayuda el propio gobierno, como soltar presos políticos, lentamente, quedan cuatrocientos según el muy serio Foro Penal. Y estas marchas en curso pronto llevarán a los carceleros a mejores performances.
Renovar el CNE, principalísima tarea. Buscar gente decente para sustituir a las damas que hicieron el proceso de la constituyente, la elección del 20 de mayo y otras joyas de la moral ciudadana. Eso se acuerda en la mesita, donde se puede aprobar cualquier cosa extraña que se le ocurra al gobierno y que no dañe demasiado flagrantemente el talante opositor de su dialogante, si no el juego se deshace.
Sobre eso, cambiar a Tibisay y sus chicas, hay en abstracto consenso opositor, ¡viva!. Salvo, por lo visto, los partidarios de la guerra, que ahora lo gritan a los cielos. Ya la Asamblea lo tenía en sus planes más inmediatos, siempre simbólicos por supuesto. Hasta aquí todo en los términos de la Venezuela congelada, hipnotizada, absurda. La de los 2 presidentes, los 5 millones de migrantes, la inflación más alta de la galaxia y los muertos de hambre y de hospitales. Y la del silencio onanista y la congoja opositora, al menos por meses ya. Bueno la sorpresa es que, de repente, los diputados gobierneros han decidido volver al reino de las ideas platónicas, la Asamblea inhabilitada, a participar en la elección de la nueva cúpula electoral y de paso en cualquier otro asunto. Que la Asamblea esté en desacato hace años en una de las más arbitrarias acciones del muy maleado TSJ, o sea no existe, es cosa menor. Si las cosas van bien ya existirá, basta un telefonazo al TSJ. Y las cosas marchan hasta nuevo aviso en la constitución del tal CNE, procedimiento complicado y en etapas. Ya se ha cumplido la primera, un comité que elige otro comité que elige a los propios rectores y allí, ¡atiza!, en ese primer comité hay 3 diputados del PSUV. Una página más de surrealismo triste.
Lo que todo el mundo se pregunta es para qué ha de servir ese consensuado CNE. Para las elecciones que vengan, se responde a coro. Por lo pronto las parlamentarias el año próximo, como fija la Constitución. Anjá, ahora pregunta el esforzado marchista de cachucha tricolor, devoto del mantra, ¿y las presidenciales, el cese de la usurpación? Esas se verán en otras instancias, dialogales o a carajazos, se le contesta. Es otro nivel del problema, pero por lo visto todos coincidimos en el nuevo CNE, allá ellos que sabrán por qué, y si lo hacemos constitucionalmente y con mayoría, nosotros sí sabemos lo que queremos. Una última cosa. Habría, al menos, que disolver la constituyente porque con ese poder que con un soplo puede destrozar lo que le venga en gana, por ejemplo unos resultados electorales, pues no hacemos nada. Así seguro se lanzaría Bertucci, pero no sé realmente si Claudio.
Algunos piensan que de esa manera, poco a poco, confraternizado en los pasillos parlamentarios, con espíritu de reconciliación y algunos ejercicios colectivos de psicología positiva, no hay límites para lo que se pueda lograr en términos de paz y progreso.
El problema es que Guaidó, a quien respeto de verdad, anda fogoso por aquí y por allá, vendiendo la participación y la calle a fin de que salgamos de esta condena lo más pronto posible. Y hasta para Fuerte Tiuna mandaron a los estudiantes, lo cual no es ciertamente prudente, conociendo ya la siniestra catadura de los soleados.
Pero hay que explicar cómo son compatibles el nuevo y pulcro CNE y la insurrección con rasgos bolivianos. Al menos las dos elecciones pendientes, no una. Aunque sea para calmar un poco a los guerreros y, claro, a los marchistas de buen talante.
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