Por: Alberto Barrera Tyszka
El gobierno de pronto se ha convertido en una gran fábrica de miedos. Ahora resulta que la autodenominada “revolución” es sobre todo una poderosa industria del temor. Pasan todo el día produciendo y repartiendo sustos. Ya no son águilas sino beatas histéricas, que corren y gritan, que ven en todos lados puros insectos desnudos.
Curiosamente, esta vez la historia propone más de un paralelismo entre lo que ocurre hoy y lo que sucedió en la campaña electoral de 1998, cuando Hugo Chávez se enfrentaba al poder establecido y denunciaba la guerra sucia en su contra: “quieren meterle miedo a la gente. Es un ataque sobre el colectivo para tratar de confundirlo”, repetía. Ahora es él y sus aliados quienes parecen dedicados exclusivamente a esa faena. Basta escuchar cualquier declaración o cualquier entrevista; basta mirar la publicidad o la programación informativa y de opinión (a veces es difícil diferenciarla) de los canales públicos. En casi todos se reproduce el mismo ay. Al igual que pasó en el 98, Capriles ahora es el malo, el golpista, el que trae la guerra, el que viene a quitarnos todo. Hemos dado este largo y costoso giro de 14 años y miles de millones de dólares para llegar a una versión aún peor del pasado.
Acusan a la oposición de tener un ejército oculto, un plan económico escondido, un proyecto petrolero encubierto, un programa social tapareado, unas alianzas internacionales secretas, unos sentimientos incluso clandestinos… Pero cuando Capriles propone un debate, cuando se compromete públicamente a mejorar las misiones, a no privatizar PDVSA o a profundizar los programas sociales, entonces lo acusan de mentiroso. Más que un insulto es un punto final. Más allá de eso, no hay dialogo posible.
No deja de ser interesante este punto de la transparencia ¿Qué pueden ofrecernos a cambio los parlamentarios del oficialismo? Gracias a ellos, precisamente, el país nunca ha tenido un debate serio, en el espacio de discusión de las políticas públicas, sobre casos trágicos y cruciales. Podría hacerse una larga lista de las cosas que el gobierno ha intentado ocultar o mantener en un estado de invisibilidad: las toneladas de comida podrida, por ejemplo. Las cifras de la inseguridad, por ejemplo. La situación carcelaria, por ejemplo…por no hablar de un secreto que administran con pasión melodramática: la salud del Presidente.
La realidad supera siempre a la memoria. Sobre todo cuando es tan estridente, cuando cada día es un bombardeo. El país vive en una continua sobre excitación simbólica. Es muy difícil, incluso, recordar lo más reciente, lo que pasó hace semanas, apenas hace unos meses, cuando comenzaba la campaña. Son vagos y borrosos los días en que el gobierno acusaba a Capriles de imitar a Chávez. No cuadran mucho con el recuerdo de Chávez, desesperado, gritándole “jalabolas” a Capriles once veces seguidas. Y menos encajan con la evocación de todo el oficialismo en coro repitiendo que Capriles era la nada…Cada día es una sobredosis de chavismo mediático. Hacia donde voltees está su imagen, su voz. Las cadenas quieren ser el hilo musical del país.
Sigamos recordando: “Si sabemos utilizar una buena estrategia –decía Chávez en la campaña electoral de 1998-, ese poderío descarado de ellos puede volverse contra ellos mismos”. También señalaba que esas elecciones eran una confrontación entre el “continuismo”, entre un“modelo que muere”, y “el modelo nuevo, lo que nace, lo que viene”. En una entrevista con César Miguel Rondón, el entonces candidato cuestionó con vehemencia a los “candidatos que se niegan al debate de ideas, candidatos que no asisten a debates, a invitaciones donde deben explicar cuál es el proyecto de país que se está concibiendo”. Criticaba el caudillismo personalista que se había enquistado en el poder. “Estamos luchando contra eso”, dijo. Y denunciaba que las instituciones estaban controladas, que él se enfrentaba a una campaña millonaria y desproporcionada, abusiva. Cuando le preguntaron sobre las autoridades electorales y sobre la desconfianza que sentía hacia ellas, Chávez solo sentenció: “Yo no voy a reconocer una derrota si no la compruebo de verdad”. Hacer memoria es también un deber con la vida del país, con nuestra salud pública.
¡Ahí viene el coco! Gritan, repiten, todo el tiempo ¡Ahí viene el coco! Lo pregonan por radio y por televisión a cada rato. Ven a Capriles y se asustan. Por eso también distribuyen tantos temores. Es casi un acto reflejo. Un temblor propio. Porque en el fondo ellos tienen miedo. Sobre todo, miedo a perder sus enormes privilegios.
Un comentario
UNA DE LAS RAZÓNES POR LAS CUALES QUE ESTAMOS HOY COMO ESTAMOS, ES NUESTRA FRÁGIL MEMORIA.