Para algunos, soy objetivamente realista. Para otros, una militante del derrotismo. Veo las cosas como son y como están. Sin maquillarlas. Apunto riesgos cuando los detecto. Resalto oportunidades cuando las creamos o surgen.
La reunión de cancilleres y representantes de gobiernos de América en la ciudad de Lima es un hito en toda esta historia, mucho más importante que todas las anteriores. Primero, vista a los participantes, 17 países, a saber, Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Grenada, Guatemala, Guyana, Honduras, Jamaica, México, Panamá, Paraguay, Perú, Santa Lucía, Uruguay. Se sentaron no a conversar, no a chatear o tuitear. Sobre la mesa pusieron evidencias del desastre de Venezuela, en todas sus aristas: destrucción del sistema institucional, delitos graves contra los derechos humanos, emigración, persecución política, caos económico, urgencia de ayudas humanitarias, depauperación, enfermedades contagiosas, corrupción, narcotráfico, tráfico de armas, tráfico de personas, violencia.
El «problema Venezuela» no es, como afirman algunos, un mero asunto que se constriñe a los límites territoriales y ante el cual se pueda decir «que se arreglen ellos». Es continental y transcontinental. Las consecuencias superan las fronteras. La inmensa cantidad de dinero público robado, estafado, malversado o producto de narcotráfico y otros negocios ilícitos no está en Venezuela, no fue «invertido» aquí; está afuera, siendo «lavado» y afectando seriamente el sistema financiero, bancario y fiscal en otras latitudes. No hablamos de unos cuantos miles de dólares, de un «town house» en Orlando. Hablamos de gordas cantidades de dólares, euros, pesos argentinos, pesos colombianos, rublos, yuanes y toda la ristra de monedas que el lector pueda imaginar. Dinero e «inversiones» que entraron en el torrente económico de muchos países creando burbujas al principio convenientes y a la postre extremadamente nocivas, montadas sobre una intrincada madeja de testaferros. De nuevo, no son tres lochas, son miles de millones de lechugas. Eso, finalmente, ha puesto los pelos de punta en gobiernos de todo signo.
Está también el asunto migratorio. No es apenas un proceso de oleadas refugiados, que de suyo enciende alarmas. Muchos venezolanos, por razones familiares, tienen doble o triple nacionalidad. Además de tener la ciudadanía venezolana, son colombianos, ecuatorianos, peruanos, brasileros, españoles, italianos, portugueses. Y más. Eso de alguna manera significa que esos que pueden decir «mi otro país» pueden mudarse e instalarse, no como refugiados, sino como nacionales con derechos y deberes. Y significan cargas para la economía, para los servicios públicos, para el sistema escolar y de salud, para los cálculos sobre vivienda, empleo, alimentación, transporte y dele. Una simple aritmética de venezolanos-colombianos que decidieran migrar a su otros país, digamos un millón, pone en problemas serios a Colombia. Y eso por solo poner un ejemplo.
El narcotráfico es uno de los negocios más boyantes que existe hoy en el mundo. No es solo cuestión del daño a la salud pública que supone el alto porcentaje de consumidores que ven perjudicada su salud sino el efecto perverso sobre las economías. Hoy Venezuela está en todos los radares como una de las mejores vías de tránsito ilegal de drogas orgánicas y químicas. Los diagnósticos y análisis establecen además la presunción de altos niveles del estado venezolano involucrados ya sea como partes activas comprometidas en el negocio o como cómplices con ganancia.
Y hay más. No es poca cosa el que Venezuela esté hoy en informes mundiales como un país armado hasta los dientes. Si esos negocios se quedan en papel, puede ser. Pero el mundo vio cómo el régimen atacó a la gente con armas de diverso calibre. Que sobre la población caían y caen bombas en número infinito. Entonces, si los negocios de compras de armas fueron transacciones con corrupción, igual bombas y armas hay. De nuevo, un problema que la comunidad internacional ya ve como grave.
Está el para nada menor asunto de la salud pública. Dengue, sarampión, hepatitis b, cólera y varias otras enfermedades que pueden desatar severas epidemias en el continente. Esas enfermedades no creen en límites territoriales. Ningún país quiere tener que enfrentarlas. No sólo es caro prevenirlas; es muy costoso lidiar con sus consecuencias.
El proceso constituyente, inconstitucional, ilegal, arbitrario y fraudulento y la instalación de la ANC y sus actuaciones es la gota que rebasó el vaso. El régimen de Venezuela pasó de ser cuestionable y criticable a simplemente inaceptable.
Hay mucho más en la olla, pero quedémonos con eso. Entonces, los países ven un panorama muy complejo que ya no pueden mirar con reposo o siquiera tranquilidad. Están atribulados. La reunión en Perú pone de bulto el creciente estado de mortificación. La declaración de Lima, que recomiendo leer en su totalidad y no en resúmenes, cubre todos los puntos de angustia. Fue suscrita, por ahora, por 12 de los 17 asistentes: Argentina, Brasil Canadá, Colombia, Costa Rica. Chile, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú, pero queda abierta para rúbrica por país que así lo desee.
Que paralelamente se haya montado a las carreras una reunión en Caracas del Consejo Político de la ALBA-TCP es respuesta que busca más influir sobre la ONU (que también se pronunció) que sobre la OEA, la UE, el Mercosur, Unasur y posiblemente Celac, que el régimen de Maduro sabe esferas perdidas.
El gobierno de Argentina, entretanto, ordena a 50 mil empresas (bancos, entes financieros, compañías inmobiliarias, fondos de inversión, etc) que reporten cualquier inversión hecha por 14 funcionarios estatales venezolanos (o que lo hayan sido) o por personas interpuestas. No es dato menor. No es cacería de brujas.
La historia sigue. Y seguirá. Y quienes crean que estamos perdidos y que «esto» no tiene remedio, yerran. Y no es vano optimismo. Es realismo para nada mágico.