Por: Manuel Malaver
Agredirlo me pareció siempre tan impensable que, cuando leí el infundio de un burócrata amenazándolo con
desalojarlo de su programa de radio, volví a caer en cuenta de la tragedia que día a día, hora a hora y minuto y minuto hinca sus garras sobre la piel de Venezuela.
Y no es que, desde hace mucho tiempo los censores no le resten espacios a César en radio y televisión -como nos los restan a los venezolanos que nos negamos a perder la democracia-si no que, otras veces, al mejor comunicador en un estudio de radio y televisión que he disfrutado en mi vida… vaya… lo hacían, pero sin poner en duda su inmensa calidad humana, intelectual y profesional.
Porque, es que César es César, aún para dictaduras que se están empollando, o las que ya levantaron el vuelo , o las que yacen en la cripta y solo esperan el filo de la media noche para escaparse a sembrar el miedo, el pánico, el terror.
Lo que resulta imposible es dejar de oír a César, perderlo una sola mañana o una sola tarde, en el trabajo, en la calle, en el tránsito, en el café, en un tiempo en que, no estar informados comporta riesgos de muerte.
Hemos hablado siempre, sobre todo en los últimos 16 años, aun cuando nuestras circunstancias no siempre nos acercan, aproximan, pero en saber que compartimos el mismo por amor por la libertad y la democracia, sella una presencia mutua indisoluble.
César, que nunca se detiene, que aprende y difunde, que ha pasado por todas las pruebas que impone la comunicación del entre siglos, que nunca deja de sorprendernos con ideas que no sabíamos que habían nacido, el venezolano, amigo y colega que quiero celebrar ahora cuando los amigos de lo ajeno, de esa Venezuela que no puede sino de sus hijos libres, lo quieren atropellar.
Yo se que toda Venezuela se ha volcado a respaldarte, pero vayan estas líneas para decirte a ti, a Flor Alicia y a los hijos que no están solos.
