De los cinco poderes públicos nacionales, dos (Poder Ejecutivo, es decir, Presidencia de la República y Poder Legislativo, a saber, la Asamblea Nacional Legislativa) son elegidos por voto directo, secreto y universal. Tres son designados por el Poder Legislativo (TSJ, CNE, PC).
El presidente de la República representa al pueblo, al que lo eligió y también al que no votó por él. El presidente no encarna al pueblo; gobierna por mandato del pueblo, que le otorga por un tiempo determinado competencias y facultades para ejercer la jefatura de estado.
Si un país, imaginemos, tuviere 200 habitantes adultos, esos 200 individuos se reunirían periódicamente para crear legislación, hacer evaluaciones y discutir políticas públicas. Pero los países suelen tener millones de ciudadanos. Es fácil comprender que el pueblo (es decir, millones de seres humanos) físicamente no quepa en ningún recinto. Entonces, el pueblo, en comicios que deben ser directos, secretos y democráticos, elige unos diputados que lo encarnen (que sean el pueblo) en un órgano del poder público, que en el caso de Venezuela es la Asamblea Nacional Legislativa. Más allá de lenguaje de poesía, es rigurosamente cierto que ese órgano del poder público nacional es el pueblo. El pueblo legislador, el pueblo contralor, el pueblo que debate asuntos de la República.
Cuando un presidente es depuesto por un golpe de estado o cuando un presidente en ejercicio renuncia a su cargo, o enferma gravemente o fallece, deja de representar al pueblo y cesa el mandato que el pueblo le dio. La validez de ese cese de mandato siempre es discutible. Sea por derrocamiento o por renuncia o por la razón que sea, el asunto es grave pues se produce la falta absoluta. Pero el sistema democrático prevé mecanismos constitucionales para producir el reemplazo de un presidente que deja de serlo.
Algo muy distinto y muchísimo más grave es un golpe de estado al Poder Legislativo, es decir al Parlamento Nacional. Porque ese cuerpo no representa al pueblo; es el pueblo.
Lo ocurrido el #5Ene2020 en el Palacio Federal Legislativo, esa mamarrachada y chabacanería política, no fue apenas un acto de torpe impostura o tan solo un mero gesto de pésimo gusto; fue un golpe de estado al Parlamento y, por tanto, un golpe de estado al Pueblo. Porque, entendámoslo, repitámoslo, la @AsambleaVe es el Pueblo, en mayúsculas. Y el Pueblo es Casilda, y Chuíto, y usted, y su papá, y su mamá, y sus hijos, y yo, y todos nosotros, los venezolanos.
Dudo mucho que los diputados felones que se encaramaron en el presidium del Hemiciclo tengan las neuronas suficientemente nutridas y los intelectos mínimamente desarrollados para entender lo que hacían; y mucho menos entendían aquellos diputados enanos morales cuyo papel en esa opereta desafinada fue el de simplonas marionetas de un guión de cuatrerismo politico. En medio de la confusión que tenía a la población estupefacta, una diputada, de nombre Kelly Perfecto, un personaje impresentable que supongo nunca se ve en el espejo para evitar espantarse, lo describió en un tuit que hizo público:
kelly perfecto
@Kellyperfecto87
· 14h
1 A los Q me preguntan XQ no fui a la sede del Nacional les aclaro: yo salí apoyar a Guido y nunca llegó. 2 la nueva directiva instalada hoy la legitamaron los mismos Q le ponen el café a JG. 3 Yo no veo la política como un club de amigos hay que avanzar y Parra fue el que llego.
«Fue Parra el que llegó», escribió en lenguaje degradantemente imperfecto la Perfecto. Ella escribe (con patéticas ortografía y sintaxis) que llegó Parra. Lo que llegó, señora diputada, fue el Gran Polo Patriótico, las fuerzas armadas y unos cuantos infectos diputados «de oposición», conformados en turba de asalto, a dar un impúdico golpe de estado al Parlamento, a derrocar al pueblo. Eso fue lo que pasó.
Pasado el abominable acto, el pueblo -porque repito, el Parlamento es el Pueblo- reacciona. Y decide realizar la sesión que fuera impedida. «El artículo 1 del Reglamento Interior y de Debates de la Asamblea Nacional permite que la Junta Directiva disponga sesionar en un lugar distinto al Palacio Federal Legislativo«, me apunta el diputado Juan Miguel Matheus.
Y se produce algo de extrema significación: la sociedad le ofrece su espacio. No es asunto menor que sea El Nacional, un periódico de larga trayectoria, el que haya ofrecido sus espacios para que el Parlamento sesionara.
Me sirvo, otra vez, del impecable resumen de Matheus: «… Durante la sesión se observaron todos los extremos constitucionales y reglamentarios para celebrar la sesión de instalación de período anual correspondiente al año 2020-2021… Contó con la participación presencial de cien diputados (100) los cuales conformaron debidamente el quórum de funcionamiento de la Asamblea Nacional… Adicionalmente, se observaron todas las formulas de postulación, votación y juramentación establecidas en el Reglamento Interior y de Debates para la elección de la Junta Directiva de la Asamblea Nacional, en los términos establecidos en los artículos 194 y 219 la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela…. quedó legítimamente instalado el período anual de sesiones correspondiente al año 2020-2021 y Juan Guaidó fue ratificado como Presidente de la Asamblea Nacional. También fueron elegidos los diputados Juan Pablo Guanipa y Carlos Berrizbeitia como Primer Vicepresidente y Segundo Vicepresidente de la Asamblea Nacional, respectivamente…. Finalmente, habiendo sido reelecto como Presidente de la Asamblea Nacional, el diputado Juan Guaidó fue ratificado como Presidente Encargado de la República Bolivariana de Venezuela, según lo dispuesto en los artículos 233 de la Constitución y 14 del Estatuto que Rige la Transición a la Democracia, aprobado unánimemente por la Asamblea Nacional el 5 de febrero de 2019.»
Cien. 100. ¡Son cien!
Cien diputados que con sobresaliente coraje se elevaron sobre las amenazas, los golpes físicos y la salvajada. No se paralizaron. Superaron su rabia y su indignación y entendieron que son el Pueblo, que es allí donde habita el poder del Parlamento. A pesar que vimos al Palacio Legislativo convertido en prostíbulo, la institucionalidad no estuvo ahí. Estuvo y está en la moral de cada diputado decente que no se deja pisotear.
Me hablaron...
Ayer fue un día espantoso para mí. Me enfureci, me entristecí, lloré amargamente. No podía dar crédito a lo que nos estaba pasando. Ayer por primera vez me sentí derrotada. Ayer por primera vez pensé en irme de Venezuela. Seguramente, si yo bebiera, me habría emborrachado. En medio de la crisis de país y de mi crisis personal, solo atiné a meterme bajo la regadera, buscando que el agua tibia me lavara los inmensos dolores.
Pero entonces me hablaron los míos, los que ya no están, los que me criaron y me convirtieron en lo que soy. Mis padres, mis hermanos, mis tíos. Me hablaron los magníficos profesores que por inmensa suerte tuve y que me enseñaron conocimientos. Me hablaron mis raíces. Me habló mi historia y mis letras. Me hablaron mis convicciones, mis preceptos. Me dijeron que yo no nací para la rendición. Para cuando al final de la tarde comenzó la legítima sesión en El Nacional ya yo había salido del hueco.
Lo que viene ahora es duro, complicado, difícil. Está muy nublado el cielo. En la noche, @DelsaSolorzano (mi amiga, mi hermana, con quién contabilizo años de lucha codo a codo), escribió: «Hoy puedo decir que dormiré con mi conciencia tranquila y el alma limpia, con la satisfacción del deber cumplido. Con la certeza de que puedo mirar a mi hijo a los ojos y se sentirá orgulloso de mí. Otros hijos de otra gente con toda seguridad sentirán asco y vergüenza.«
Es así, Delsa. Ustedes se elevaron sobre la inmundicie. Ustedes nos devolvieron la honra.
Escribo a horas de lo sucedido. Y repito lo que abre mi página de escritora:
Yo me empino sobre mi inenarrable tristeza. Mi fuerza no ha decaído ni un ápice. Unos salvajes no pueden con mi venezolanidad.
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