Amor de púas envenenadas – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Soy clase media. En 1987 compré un apartamento. Modesto. No requería remodelación. Sólo hacerle la cocina. Costó el equivalente a 40 sueldos de lo que yo ganaba en ese época. Con todos mis ahorros pagué el 30% de inicial y, sin fiador, el resto fue con una hipoteca a 20 años. Hoy trato de comprar un carro. Usado. Cuesta el equivalente a 1666 salarios de mi jubilación. No puedo. Ni haciendo malabares. Por cierto, el mercado inmobiliario está en franco colapso. Vender una vivienda supone aceptar que el monto que va a conseguirse es mucho menor del que se pagó. ¿Por qué? No hay que ser un genio de las finanzas para entenderlo; el riesgo de invertir en Venezuela es enorme y los que tienen el dinero para comprar, sus majestades los enchufados, no están interesados en viviendas honestas sin lujos. Buscan comprar y pagar en negro aquellas casas y apartamentos para exhibir. Los enchufados con su dinero mal habido se fajaron a trajinar no para vivir modestamente. Qué va. Se «esforzaron» para tener bienes estrafalarios.

Mi profesor y buen amigo Julián Villalba decía que los buenos economistas le tienen miedo a la economía, porque es como una vaguada; el torrente de agua buscará salida y se llevará por delante todo lo que encuentre en el camino. Es cierto, los países no quiebran. Técnicamente. Se echan a perder horriblemente y la calidad de todo cae por un precipicio. Pero en situaciones como las que vivimos, sí quiebran los ciudadanos y las empresas; el deterioro personal y patrimonial llega a un punto en el que cada día se hace más cuestarriba el retorno. Hasta que llega el momento en que no hay cómo salir del hueco de una vida entera devaluada. De nada sirven los muchos años invertidos en trabajo decente y esforzado, en mucha preparación académica, en carrera profesional destacada. Decisiones estúpidas  tomadas por otros con poder para armar y desarmar convirtieron a Venezuela en el mayor fracaso del continente, sólo comparable con Cuba. Y ni siquiera. Cuba no tuvo el impresionante ingreso petrolero que recibió nuestro país en estos 18  rojitos años.

Cacarea el régimen. Habla de inversión social. Si la hubo, fue mal ejecutada. Despilfarrada, magreada, malversada. Esa inmensa cantidad de dinero no produjo mejoría de la calidad de vida y menos se hizo considerando que en lo que sí había que invertir era en industrias duras y blandas productivas. Que generaran empleos no esclavos (es lo que abunda ahora), que produjeran ganancias y, por ende, progreso. En Venezuela hoy, con excepción de los jeques de los palacios y cuarteles y sus compadres los enchufados, la gente vive cada vez peor. Tenemos el país sembrado de cementerios industriales, el comercio da lástima y las obras públicas pena ajena. Cuatro millones de hectáreas de tierras fértiles y productivas fueron expropiadas y hoy el rojismo pinta de éxito que el país tenga balcones sembradas con maticas.

La situación en el país no se va a arreglar por arte de magia. Ya no hay crisis. Esto es colapso. Claro que el gobierno puede tomar decisiones y acciones para frenar la debacle. Ello supone el coraje para quitarse el cinturón del arcaico pensamiento ideológico, dejarse de monsergas y anunciar que se cometieron muchos errores, poner presos a ladrones y embargarles todos sus bienes mal habidos y acordar con la oposición un tratado de regularización de las hostilidades. Maduro tiene que asumir su barranco; cambiar a Delcy que no hace sino hundirlo internacionalmente, dejar de creer que le produce dividendos políticos insultar a la iglesia y al Vaticano, proceder a un sensato plan económico junto con la Asamblea Nacional (para compartir el costo político de las medidas inevitables)y hacer uso de su poder  presidencial para dictar un decreto de amnistía para poner en libertad a todos los presos políticos (lo cual, por cierto, hizo Chávez). Maduro tiene que bajarle dos (o tres) al calorón  económico, social, internacional y político. Mientras más se obsesione por el rechazo que genera su gobierno, más lo alimenta.  Dejar de gobernar para el solo beneficio de los enchufados.  Reinventarse. Pero las ultimas dos «gracias», la de los billetes de 100 y la del renombramiento de las rectoras del CNE, sólo indican que Maduro es un anciano político y lo de él es amor de púas envenenadas.

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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